La vida a través de una pantalla… #WARPBeforeAndAfter

// Por: Kaeri Tedla

vie 21 julio, 2017

“Technology can be our best friend, and technology can also be the biggest party pooper of our lives. It interrupts our own story, interrupts our ability to have a thought or a daydream, to imagine something wonderful, because we’re too busy bridging the walk from the cafeteria back to the office on the cell phone.”

     Steven Spielberg

Cuando voy a un museo veo cómo las piezas de arte se han convertido en el escenario de back para una selfie; percibo la manera en que las familias, parejas y amigos utilizan la experiencia de recorrer una exhibición en pleno 2017, tomando fotos y más fotos para Instagram, dejando pasar el increíble vínculo que se puede dar entre una obra artística y quien la observa; pero frente a frente, no a través de una pantalla.

Sin embargo, incluso el arte se ha subido a esta plataforma, haciendo de la pantalla el objeto mismo de la obra por medio de la virtual reality y los conceptos 360.

En los conciertos y festivales lo mismo; ya no es gente de pie bailando, cantando y gritando emocionadas al encuentro con sus artistas favoritos. Ahora son cientos y miles de smartphones y Ipads las que se elevan por sobre las cabezas, documentando todo el evento para sus redes sociales.

La imagen de subirme al metro y observar decenas de rostros sumergidos en las pantallas táctiles es devastadora, todo mundo absorto, con audífonos puestos, crea su propia burbuja para esconderse, camuflajearse e ignorar todo y a todos; la gente viaja, camina, se traslada, cruza calles y come con los ojos fijos en el celular.

Nos enamoramos por internet y bateamos a la pareja por Whatsapp, compartimos en Facebook cada pequeño detalle de nuestra vida y nuestros sueños, pero somos cada vez menos capaces de entablar una rica conversación con la persona que viene sentada a nuestro lado en el camión.

Preferimos quedarnos en casa para participar en juegos de las más diversas clases, con un “amigo virtual”, que salir a sudar la camiseta echando un partido con los cuates y vecinos.

Evitamos participar en política y debates públicos, pero siempre nos volvemos combativos, críticos especializados y maestros en los más diversos temas cuando se trata de opinar, destruir a alguien en redes sociales o comentar sobre los tópicos que, con más vísceras que información, ahí se discuten.

En fin, que nuestra vida navega en virtual y la vemos a través de una pantalla y una cámara, al mismo tiempo que observamos somos observados, la memoria se ve sustituida por la tarjeta SIM de nuestros teléfonos que almacena todo aquello que a nuestro cerebro ya no le es posible guardar y clasificar; somos localizables todo el tiempo (y muy fácilmente) y la intimidad se ha visto devorada por la tecnología de manera brutal.

Sin dejar de aceptar que esta es la realidad del s. XXI y que TODOS usamos y dependemos de estas tecnologías, vale la pena hacer una reflexión, ya no sobre lo que estas herramientas nos dan sino lo que nos quitan… y hacer un balance.

Nadie negará que el estrés, la ansiedad y la depresión están sumamente vinculadas a nuestra dependencia de la virtualidad, los gadgets y las redes sociales, esto está investigado a nivel mundial y se ha corroborado el alto costo en salud que esta esclavitud virtual nos provoca.

Además la comunicación y las relaciones sociales han alcanzado un nivel de despersonalización nunca antes vista y una alienación total a un sistema peligroso, donde se pueden crear avatars y personajes falsos sin conocer nunca realmente a con quien estamos tratando negocios, relaciones o intimidades de algún tipo.

Cuando decimos que la cultura y el arte son un reflejo de la realidad y que proyectan una interpretación del presente, pero a la vez una proyección del futuro, vale la pena recordar obras que nos advierten de las consecuencias de nuestro abandono a la intoxicación tecnológica y digital.

Desde el libro 1984 de George Orwell con su sociedad apocalíptica, esclavizada, sometida y vigilada, hasta la película Terminator de  James Cameron la literatura, el cine e incluso la música nos han dejado de manera intrínseca una visión del futuro que nos espera si no medimos los riesgos de la tecnología y permitimos que sin más se meta en todos los aspectos de nuestra vida.

Igual la insondable internet que las omnipresentes redes sociales, así como los miles de recursos tecnológicos a los que todos tenemos acceso hoy en día, deben ser justamente herramientas que nos sirvan… y no al revés.

Pero que sirvan para comunicar no para destruir, para acercar no para poner muros virtuales entre las tribus sociales, que nos faciliten la vida, no que nos hagan ansiosamente dependientes de sus encantos, que nos hagan crecer como especie y evolucionar, no involucionar.

En plena era de la virtualidad y la realidad digital, vale la pena hacer un alto en el camino y no olvidar que la computadora más veloz, la más valiosa, la que más debemos usar en todos los aspectos de nuestra vida no cuesta ni se vende en tiendas especializadas ni en línea; se llama CEREBRO y es el disco duro que llevamos entre las orejas y que ha demostrado ya siglos de funcionalidad, que esa sea nuestra herramienta principal.