De Tijuana a Mérida hay muchos Méxicos, muchas lenguas, muchos sabores, muchas almas distintas…
La semana, pasada viajé a Tijuana para cubrir un evento en el que NORTEC se estaría presentando frente a su público querido y sus cientos de paisanos.
No solo pude disfrutar de uno de los mejores colectivos que permanecen vigentes hasta nuestros días, tocando en un live act desquiciante lleno de luces, ingeniosos loops en video y Pepe Mogt y Ramón Amezcua, Fussible y Bostich respectivamente, compartiendo el escenario con una tuba, trompeta, guitarra y acordeón incendiando en minutos el ambiente de Picnic, un espacio abierto al interior del conocido antro La Mezcalera en el corazón de TJ y muy cerca de la icónica avenida Revolución.
La escena era poética, pues NORTEC es uno de los conceptos más apreciados por los tijuanenses y su música representa no solo la identidad de la región sino, en muchos sentidos, del país completo.
También pude disfrutar y apreciar la personalidad de Tijuana y su gente; no por nada es conocida como La puerta de México, pues al ser la ciudad fronteriza más visitada en el mundo y compartir espacio y cultura con su ciudad hermana en los Estados Unidos, San Diego, esta perla californiana es la primera impresión de nuestro país para los 50 millones de personas que cruzan cada año dicho territorio.
En Tijuana vemos al mexicano actual (y al más deseable), que está globalizado y vive con la comunicación y la tecnología, que convive todo el tiempo con el arte y la música en sus más sublimes expresiones y que, al hablar inglés, no se limita por las fronteras físicas del mundo. En su lugar, lleva su visión a los temas de interés colectivo en todo el orbe. Es una de las sociedades menos clasistas que he conocido, donde la gente comparte sin importar demasiado formas y orígenes.
Conscientes de que México implica muchas realidades y perspectivas del mundo y que la desigualdad y la violencia están presentes en cada rincón de nuestro país, es también fundamental recobrar aquello que nos impulsa; lo que nos hace creer con motivo justificado que aún hay esperanza y que, mientras en la nación del norte algunos hablan del mexicano como un ser peligroso y corrupto, en muchas otras latitudes se nos reconoce como trabajadores, innovadores y creativos. Gente confiable y con una amplia noción del contexto.
Nuestra música y sus cientos de exponentes en los más diversos géneros, la comida mexicana, que igual en su uso tradicional que en su propuesta más vanguardista sigue fascinando a paladares de todo el mundo. Nuestros cineastas, arquitectos, escritores, chefs, modistos, ingenieros y científicos llevan a México por el planeta como un concepto y una actitud de vida que materializamos en arte y objetos tangibles, y que siguen causando sorpresa en diversos ámbitos de la cultura global.
Caminando por TJ de día o de noche encontré personas que entienden que el futuro está aquí y que la brevedad del presente nos obliga a mantenernos en constante movimiento, intelectual y emocionalmente, para lograr nuestros objetivos como personas y como sociedad.
Soy un convencido de que no será de los políticos de los que venga el cambio definitivo y radical que México necesita, será de la gente; esa que despierte de su letargo largamente habitado, una vez que entienda que en nuestra genética y en nuestra sangre llevamos lo necesario para nunca más dejarnos convencer de que habitamos en un “tercer mundo”, ese del rezago y la vergüenza, del temor y la sumisión.
No hay una, sino muchas revoluciones en proceso; desde nuestras trincheras grandes o pequeñas varias generaciones de mexicanos estamos demostrando de qué estamos hechos y portando orgullosos el corazón de obsidiana que en nosotros vive.
Con la palabra como arma y la creatividad como bala, podemos penetrar los muros del prejuicio ignorante y dejar tatuada nuestra presencia en la memoria viva de una especie con 7,400 millones de almas que viajamos a la deriva en esta nave, flotando en el océano cósmico.
Con una cerveza en la mano y escuchando a NORTEC en vivo, viendo las sonrisas y el baile colectivo de cientos de personas, entendí que ser mexicano merece celebrarse y que nuestro poder siempre puede ser más grande que nuestros problemas… pero que nunca tendrá la magnificencia de nuestros sueños.
Gracias Tijuana por abrir mis ojos a México para ver en el caleidoscopio de su cultura… y asombrarme otra vez…