La memoria del agua y la ciudad sobre la laguna… CDMX #WARPBeforeAndAfter

// Por: Kaeri Tedla

jue 29 junio, 2017

In quexquichcauh maniz cemanahuatl, ayc pollihuiz yn itenyo yn itauhcain Mexico-Tenochtitlan

(Mientras permanezca el mundo, jamás perecerá la gloria y la fama de México-Tenochtitlan…)

 

Las recientes e intensas lluvias en la Ciudad de México han recordado a todos la realidad de esta urbe que habitamos; las inundaciones que rápidamente crecen trayendo el caos a las calles y avenidas, inundando el metro y enlodando los parques, nos hacen conscientes de que esta hermosa ciudad está literalmente construida sobre el agua. Y tiene memoria, recuerda a dónde pertenece y cuando las condiciones se dan, vuelve a su origen de una manera estrepitosa y brutal; esa misma agua que da vida y alimenta es la que destruye y sepulta, matando y devorando lo que se le ponga enfrente.

La propia imagen de Tlaloc, igual que todos los señores de la cosmogonía mexica (que no Dioses), reunía en sí misma esa dualidad creativa y devastadora, masculina y femenina, que podía engendrar semilla, igual que derribar árboles.

Huitzilopochtli por su parte les puso a nuestros antepasados aztecas una prueba muy difícil, cuyos efectos aún estamos viviendo hasta nuestros días.

Ya hemos platicado en otros Before & After que es equivocado referirse a aztecas y mexicas como la misma cosa; los aztecas son esa tribu pobre y nómada que cruzó el continente desde Aztlán en el norte hasta el centro de Mesoamérica, buscando el símbolo que Huitzilopochtli les indicó para construir su templo; los mexicas son la prominente cultura que consolidó el imperio de Mexico-Tenochtitlán, uno de los más poderosos de su tiempo.

La segunda mentira, incrustada en nuestra genética por la conquista española, es que ese símbolo era efectivamente un águila parada sobre un nopal, pero no devorando una serpiente, sino una flor de junco.

¿Pero, porqué mentirnos con un símbolo tan importante que hoy día es nuestro escudo nacional? Muy sencillo, por sumisión mental.

Mientras que en la cosmogonía de prácticamente todas las culturas mesoamericanas la serpiente es un símbolo respetado y adorado, desde Quetzalcoátl hasta Kukulkán, en el contexto europeo el águila es el símbolo del poder por excelencia. Casi todos los escudos nobiliarios de aquel continente y aquella época la incluían; así que, qué mejor manera de expresar en un solo elemento el dominio de Europa sobre Mesoamérica que un águila devorando una serpiente.

Así es como los ingeniosos mexicas utilizan uno de los sistemas más prácticos de ingeniería, la chinampa, para construir su ciudad y el Templo Mayor, cuyos restos se conservan hasta la actualidad y que estaba justamente dedicado a Huitzilopochtli y al señor de la lluvia, el señor del agua… Tlaloc.

En todas las crónicas y códices que aún quedan, considerando que el 90% de los que fueron dibujados antes de la conquista sucumbieron al fuego para “re-escribir la historia”, Tlaloc es un ser temperamental, es un ser caprichoso e impredecible.

Aunque el único resquicio del antiguo lago sobre el que está asentada nuestra ciudad es el que permanece en Xochimilco, la lluvia cada año, aunada al cambio climático progresivo, aunque algunos insistan en negarlo, hace de las suyas; reconstruyendo al menos temporalmente el paisaje lacustre de la antigua cuenca del valle de México.

Tal vez valga la pena prevenirse y sin ser catastróficos, aceptar que el planeta no está bajo nuestro control, es justamente al revés y que mientras insistamos en no cuidarlo y hacernos responsables de lo que nos toca, esta hermosa y sabia Tierra siempre tendrá maneras de recordarnos quién manda aquí.

Somos como un virus en el cuerpo de Gaia y los anticuerpos están listos para actuar.

Hagamos consciencia colectiva y entendamos los mensajes (líquidos) que nos llegan del cielo… Tlaloc no está bromeando. Hay que generar acción.