“Pueblo que ignora su historia, pueblo que está condenado a repetirla…”
Abraham Lincoln
“Los hombres no son nada, los principios lo son todo…”
Benito Juárez
Llegan a su fin las campañas políticas en varios estados de la república y se acercan las elecciones, después del vendaval vemos los resultados, los mismos de siempre, porque siguen políticamente activos los mismos de siempre… un mar de palabrería repetitiva y poco fundamentada, muchos qué sin decir cómo, mucho lodo lanzado a los rostros de unos y otros por igual, poca propuesta sensata, con objetivos alcanzables y medibles.
Eso sin contar las toneladas de basura propagandística, pintas en las calles y horas y horas de tiempo público en medios de comunicación, que son desperdiciadas en discursos vacíos.
Está visto que en México, en pleno 2017, nuestra amnesia colectiva nos hace volver a caer ingenuamente (casi tiernamente) en los mismos errores nacionales y seguimos creyendo, unos más que otros, las palabras que desde el “podium”, los medios, las redes y en los “debates” lanzan los políticos de todos los matices.
Y es que la naturaleza del político profesional en este país sigue siendo, sin importar el color que lo arrope, una… y es inmutable: poder, dinero y acrobacias.
La corrupción, la impunidad y la mentira como motor cotidiano son desde siempre las herramientas con las que vive y convive el político en este país; sin dudar que en algún rincón de México exista una persona honesta preocupada por el pueblo, que se dedique a la política, es muy probable que esta persona cuando ocupe un cargo público y tenga acceso a las arcas de su posición vea que puede firmar cheques millonarios sin ton ni son y sienta las delicias del poder, se verá irremediablemente corrompida por ese nuevo contexto, el pueblo pasará a un segundo plano, la visión de futuro se transformará en la inmediatez del presente y la riqueza adquirida rápidamente.
Como decía mi abuela “en arca abierta, hasta el más justo peca…”; son cientos los casos de corrupción, asociaciones delictuosas, negocios oscuros y dineros escondidos en cuentas del extranjero los que atestiguamos cada elección, cada año, cada semana, cada día.
Prácticamente todos los políticos pasan de ser diputados a senadores, de senadores a gobernadores, de ahí algunos a presidentes, para luego ser consejeros políticos y a la postre pasar el resto de su existencia viviendo del erario y consolidando fortunas que podrán dar seguridad y tranquilidad por varias generaciones a sus respectivas familias.
Mientras tanto el pueblo sigue igual o peor, el poder adquisitivo es cada vez más castigado, la calidad de vida es casi imperceptible y la violencia está completamente fuera de control.
El político mexicano no sabe lo que es subirse al metro cada mañana con millones de personas cuyas caras de angustia por las cuentas pendientes o el bienestar de los suyos reflejan la realidad nacional, no van al mercado ni saben que un kilo de aguacate cuesta 80 pesos (mucho más que el salario mínimo) no se rifan en la calle contra la delincuencia rezando no toparse con el robo o la muerte, no pasan dos horas en el tráfico temerosos de que por llegar tarde pongan en riesgo sus trabajos.
Ellos viajan en autos escoltados, comen en restaurantes de lujo, tienen seguro médico y toda clase de prestaciones, secretarias, asistentes, escoltas, existen lejos de la realidad en la que millones de mexicanos habitamos día a día.
¿Cómo puede entender un político, que vive en una realidad aparte el México que todos vivimos a diario? ¿Cómo puede hablar de sentir las necesidades del pueblo? ¿Cómo puede compartir la angustia de llegar al fin de quincena apenas con lo mínimo o rentar un departamento pequeño por una suma sangrante?
Pero la culpa no es sólo de ellos… un día tristemente y con profundo dolor tuve que aceptar que la frase “cada pueblo tiene el gobierno que se merece” es cierta y que una comunidad corrupta, egoísta, violenta, mal educada y “vale-madrista” es el caldo de cultivo perfecto para tener la clase de gobernantes que mal llevan el timón de este barco.
Soy un convencido de que en México la gente no vota por el mejor candidato, el mejor partido o la mejor opción, aquí se vota por el menos malo, por el menos ladrón, por “el que me cae bien” e incluso por el más guapo; no interesa la propuesta y la elección es casi siempre visceral sin estudiar en serio las bases fundacionales de cada partido y de cada personaje que pretende gobernarnos.
Votar NO es la única responsabilidad del ciudadano. En países con democracias verdaderas y no de política ficción como la nuestra, es ahí, al elegir, donde empieza el auténtico trabajo del votante.
Nosotros les damos ese empleo con nuestro voto, son servidores públicos lo que implica que trabajan para nosotros, nuestros impuestos pagan su espléndidos sueldos, aguinaldos y bonos. Su trabajo es ver por leyes y políticas públicas de largo alcance, para llevar el bienestar a la gente.
Por ello, debemos ser vigilantes de que cumplan lo prometido, tenerlos, luego de las elecciones, bajo una lupa que escudriñe en todo momento su vida y su trabajo, su honestidad y la materialización de sus iniciativas.
Si algún político incurre en actos de corrupción, falta a su trabajo, comete excesos o simplemente no cumple con lo prometido y con su misión debería ser quitado de ahí por iniciativa popular y sustituido de inmediato por alguien que si funcione.
Sin embargo, en nuestro país las leyes y la constitución misma han sido manipuladas durante años justamente para proteger al poderoso y para evitar que sea perseguido por cualquier causa. Ellos se han cubierto a sí mismos al no permitir que en México tengamos las herramientas legales y jurídicas para tocarlos bajo ninguna circunstancia.
El plebiscito o el referéndum, la segunda vuelta y muchos otros mecanismos que en el planeta entero han logrado emancipar a los ciudadanos y equilibrar el poder de la gente con el del político aquí son impensables y son muy pocos los que, después de haberse demostrado su enriquecimiento ilícito o corrupción pisan la cárcel, algunos de hecho siguen gobernando luego de haber quedado cuestionada su honorabilidad… solo en México.
Luego de siglos de inercia debemos entender que las soluciones y el cambio real no van a venir de los políticos, ellos están en su juego, las soluciones deben venir del pueblo y si queremos que eso suceda las armas están a la mano: seamos más amables en el día a día y en la convivencia colectiva, entendamos las necesidades del otro, recuperemos el insondable valor del por favor y el gracias, de ceder un asiento o el paso a un auto que circula frente a nosotros, respetemos al peatón, al ciclista y al motociclista, al automovilista, a gente de todas las edades y condiciones.
En un contexto donde la comunidad es educada y cordial, la calidad de vida es una consecuencia natural. Vayamos a las redes sociales y aprovechemos esta increíble y poderosa arma de nuestra era, no para postear estúpidos memes o el café que nos tomamos en la mañana, sino para denunciar la injusticia, el abuso contra animales y personas, los excesos del poder y de los políticos en general.
Finalmente apropiémonos de nuestros pueblos y ciudades, llenémoslos de arte y música, de baile, de vida, actuemos como hablamos, dejemos de mentirnos a nosotros mismos diciendo que las cosas están bien, porque no lo están… pero pueden mejorar si queremos.
Muy importante es no ver el mundo solo desde nuestra realidad, sino aprender a tener también la perspectiva de los demás sobre los problemas que nos competen a todos y pensemos no solo en el presente, sino en el futuro y cómo queremos, como mexicanos, llegar a él.
En estas elecciones voten, pero inmediatamente después salgan a cumplir sus responsabilidades con su país, su familia y su comunidad.
Este es un país increíble que ha soportado más de 500 años de abuso, saqueo, muerte, destrucción e intolerancia y aquí sigue de pie creciendo y manteniéndose a flote, no actuemos cuando nuestro hermoso México no soporte más, hagámoslo ahora, TODOS, desde nuestras pequeñas trincheras.
Las palabras no han resuelto nada… la acción, es la clave…