Muchos ansían llegar a esa tercera edad, donde no hay preocupaciones, la vida es aparentemente más sencilla y las responsabilidades se pueden ir a dormir con la siesta de las 6. Y claro, aquellos que tienen la piel llena de tinta, no pueden esperar ese divertido momento en el que se van a mirar en el espejo, y verán piel arrugada llena de tatuajes.
Uno de los prejuicios más frecuentes que prevalecen con el paso del tiempo, es el cuestionamiento eterno de: “¿No te importa que de viejito estés todo rayado y con arrugas?
¡Por supuesto que no!
En todo caso, eso es parte de la emoción al tatuarse. Ver algo grabado en nosotros, que nos acompañará en todo momento, bueno y malo. Que a pesar de las circunstancias, nuestro estilo de vida o las personas que vayan y vengan, seguiremos mostrando orgullosamente esa tinta que nos distingue de los demás.
Fuera de los arrepentimientos por tatuarse el nombre de un viejo amante, cuidar y mantener un tatuaje por tanto tiempo crea cierto cariño por él. Se vuelve parte de una imagen, que poco a poco difumina la pregunta “¿Cuánto tiempo llevo con él?”. Se vuelve como un ojo o un brazo de nuestra anatomía; nuestro y de nadie más. Y claro, al llegar a la edad adulta, y ver que algo tan significativo prevaleció, le agrega más valor aún.
Así que la próxima vez que cuestionen tu decisión por miedo a qué pensarás de ti cuando seas grande, ten en cuenta que podrás ser el viejito con onda del asilo; lleno de historias y anécdotas con cada tatuaje.