El consumo de la música en una nueva realidad… #WARPBeforeAndAfter

// Por: Kaeri Tedla

jue 18 mayo, 2017

Without music, life would be a mistake…”

Nietzsche

Cuando tenía alrededor de 14 años mi madre, una auténtica melómana me regaló mi primer disco en la vida, hasta ese momento mi mente infantil se conformaba con escuchar las muy pocas estaciones de radio que transmitían música de actualidad: rock, metal y jazz de buena calidad que eran los géneros que desde entonces me enamoraban.

Incipientes proyectos como Sonorock 9 y La Pantera en AM, la naciente Rock 101 y depués WFM eran los únicos conceptos hechos por jóvenes y para jóvenes.  

Mi primer álbum era el Unmasked de Kiss, un vinil sumamente interesante que ya desde la portada amenazaba con ser una experiencia divertida pues, a manera de comic, mostraba una extraña situación donde los maquillados Kiss se quitaban la máscara y hacían una alegoría de su propia fama.

A partir de ahí mi adicción creció como la espuma, mis “domingos” y mesadas invariablemente terminaban convertidas en discos que comencé a atesorar con pasión y compromiso.

Sin embargo, era una época muy difícil para que un niño de escasos 14 años pudiera con facilidad comprar sus viniles y regresar a casa a poner la tornamesa a trabajar.

Eran muy pocos los lugares donde se pudiera tener acceso a los sonidos de esa era que en el mundo entero cautivaron los oidos y las mentes de toda una generación, pero que para los mexicanos eran aún algo muy lejano.

Primero en el Bazar de Lomas Verdes, el legendario tianguis ubicado casi en la frontera entre el DF y el Estado de México, fue donde cada sábado me lanzaba con mis amigos para buscar al Willy, un rockero emprendedor que ya importaba no solo discos, sino playeras, gorras y parafernalia, sobre todo de bandas de metal, hardcore, punk y trash.

Luego conocí Aquarius, tienda carísima al sur de la ciudad donde uno podía topar grandes álbumes, pero a precios de oro que para mi economía de “estudihambre” eran inalcanzables.

Más tarde llegué por casualidad a Super Sound, icónico local que si bien estaba ubicado en Polanco, enfrente del Angela Peralta, era regenteado por Nacho Desorden y Güili Damage, dos estupendos amigos míos que por aquellos días hacían uno de los programas de radio más irreverentes de la historia llamado Radio Bestia en Rock 101, fundaban la banda Los Esquizitos y operaban la tienda en la que los precios eran más accesibles y donde, por encargo, te traían de Estados Unidos (y algunos otros países) cualquier álbum que desearas, aunque la espera en ocasiones tomara más de un mes.

Ese espacio se convirtió en la Mecca a donde mis amigos y yo llegabamos en peregrinación y en nuestras patinetas una vez por mes para comprar acetatos, casettes y videos Beta y VHS de las mejores bandas del mainstream y del submundo de la música.

Años después conocí el Tianguis Cultural del Chopo un lugar que comenzó a instalarse desde finales de los 70 frente al museo universitario del mismo nombre como un área de intercambio (no de venta) de discos entre coleccionistas de todos los géneros, en aquellos días principalmente de metal, grunge, reggae, punk, hardcore, trash, rock y blues.

Cada sábado, a lo largo de más de 20 años, caminé bajo los inclementes rayos del sol por más de 4 horas para checar cara a cara los materiales que todos los asistentes llevaban al lugar para cambiar oro por espejos o espejos por oro… según fuera el caso.

Lamentablemente y con el paso del tiempo el tianguis, ya en su ubicación actual en la colonia Guerrero, se dejó devorar por la mafia de los locatarios que se apropiaron del Chopo para hacer negocio, relegando a los “intercambiadores” al rincón más profundo del mercado, tolerando el narcomenudeo y el robo e imponiéndoles condiciones a los visitantes como si fueran dueños de todo, esa fue la razón por la que dejé de ir.

“¿Cuánto por el de Pink Floyd?/Pues a ver déjame checar que traes…/Pues te lo cambio por el de The Cure o te lo dejo en 50/No pues hagamos el cambio…”, asi era como dos melómanos se encontraban y compartían sus sonidos para intercambiarlos por nuevas joyas para la colección.

Afortunadamente a lo largo de mi carrera como productor, programador y locutor de radio en conceptos como Rock 101, WFM, MVS Radio y Mix FM entre otros, fueron las disqueras y sus representantes quienes llegaban los miércoles de cada semana a mi oficina para regalarme montones y montones de discos de los más diversos géneros y estilos.

En WFM por ejemplo, Martin Hernández primero y Charo Fernández después, me autorizaron para elegir los que fueran de mi preferencia y llevármelos a casa una vez que los descargara en la base de datos digital de la estación para su uso al aire. Para entonces la estación tenía ya una fonoteca atiborrada hasta el techo de álbumes en acetato y compact disc y se buscaba optimizar el espacio… el ganador fui yo.

Así, mi colección fue creciendo hasta llegar a tener cerca de 3000 compactos y más de 500 viniles de prácticamente todos los estilos: rock, jazz, metal, cumbia, salsa, son jarocho, mambo, electrónica, blues, reggae, soul, R&B y muchas cosas más se agolpaban en mis estantes de una manera escandalosa.

Cuando las descargas digitales, legales o ilegales, llegaron al escenario fue muy frustrante para mi ver cómo una generación completa caía en el juego y no les importaba tener el disco físico como un objeto de arte y cultural donde las fotos, el booklet, el diseño del case y por supuesto la música integraban una experiencia sumamente completa y gratificante.

Esa generación es la que hoy marca la pauta de los hábitos de consumo musical en el mundo, esa es la nueva realidad que aunque a alguien como yo, con mi historia no le satisfaga, es la que rige y la que define el camino que toda la industria musical en el planeta ha tenido que seguir.

La movilidad y capacidad de almacenamiento de los dispositivos actuales hace que sea suficiente decargar miles de discos completos o rolas sueltas con tan solo una imagen digital de la portada.

La radio ha venido perdiendo la batalla frente a las plataformas digitales y hoy día la gente consume música bajo una lógica muy diferente a la de hace unos años, antes buscabamos en una misión “casi de Safari” lo que nos gustaba y lo que nos recomendaban de “boca en boca”, hoy en día ni siquiera es necesario que la banda o artista nos guste o lo conozcamos, hay mil maneras de escuchar su sonido antes de aventurarnos a adquirir su música.

No sé aún si eso es una ventaja o una maldición, pero sin duda es la pauta que definirá el futuro de la música que cada vez será más digital y virtualizada y menos real y tangible, pero cómo dice Cristina Pacheco “Aquí nos toco vivir…”.

Lo importante es que la música permanezca siempre a nuestro lado, no importa cómo, ayudándonos a salvarnos… hasta de nosotros mismos.