//Por: Leonel Hernández
El arte de Víctor Rodríguez es, como teóricamente tendrían que ser la mayoría de las manifestaciones artísticas, un arrebato de técnica precisa y un reclamo contundente, a la vez que una reafirmación interna.
Radicado en Nueva York en tiempos inciertos para la identidad nacional, Víctor se reconoce a sí mismo como un artista que se enorgullece de su mexicanidad ante el mundo, dueño de una técnica mixta al tiempo que clásica. Sus pinturas exploran el hiperrealismo y lo lleva a un nivel de ensoñación, retratando a la humanidad y al mundo de modo distinto a sus contemporáneos. WARP Magazine conversó con él durante su más reciente exposición y esto fue lo que nos contó.
– ¿En qué momento te diste cuenta de tu talento y decidiste que era lo que querías hacer para vivir?
«Siempre tuve inclinaciones artísticas pero nunca lo vi como una posibilidad real. No hay nadie en mi familia con relación artística o al menos cultural, y por eso para mí siempre fue irreal. Cuando escogí la carrera de diseño gráfico me di cuenta de que era una tomada de pelo y me pasé a historia del arte. Al mismo tiempo empecé a trabajar en mis primeras pinturas y cada vez me lo tomaba más en serio. Básicamente es algo que no escogí, el arte me escogió a mí. No he trabajado en otra cosa, así que he sabido ganarme la vida con esto. Todo ocurrió al final de
los años 80.»
– ¿Cómo definirías el arte que realizas?
«Es pintura mexicana contemporánea figurativa. Las cosas necesitan una etiqueta para conocerlas o entenderlas, y de los calificativos que se le pueden poner a este trabajo lo definitivo es eso. A pesar de que llevo 20 años viviendo en Nueva York nunca he dejado de considerarme un artista mexicano, y mi trabajo también es mexicano. Todas las influencias, lo que lo nutre, todo el origen y la sensibilidad es de México.»
– ¿Cuál es tu proceso creativo al dar vida a estas imágenes?
«Cuando tengo una idea la debo producir, así que consigo los modelos, los escenarios, como si fuera una sesión de fotos o una producción teatral. Tomo las fotografías que necesito porque quiero que mi trabajo tenga una verosimilitud alta, y cuando tengo esas imágenes hago la preproducción digital y empiezo a armar la pintura. Esa es la fase más placentera y rápida, porque ya resolví los demás problemas. Tampoco quiero que la obra final parezca una fotografía, nunca copio la imagen tal cual.»
– ¿Qué tanto ha evolucionado tu estilo?
«Ha evolucionado conforme ha cambiado mi vida personal. Hace 18 años estaba casado y con una bebita, por lo que mi trabajo estaba más enfocado a representaciones domésticas, en un entorno más dulce e inocente. Ahora que no estoy casado tiene otra visión pero la metodología es la misma.»
– ¿De dónde surge la idea de la exposición Sysphus Psychodelic y cómo fue la curaduría?
«Hace seis meses empezamos a armar este proyecto, una obra muy reciente con varios hilos conductores. Uno de ellos es la pregunta personal sobre qué es la belleza, una exploración por la belleza y lo bello. Otra es la de encontrarte a la mitad del camino, profesional y personalmente, revisar qué he hecho y por qué lo he hecho, en qué he usado ese tiempo. De ahí viene la relación con Sísifo, el mito griego.»
– ¿Te identificas con Sísifo?
«Todo el mundo se debe identificar con él, es muy universal. También, visto a través de Albert Camus, es una solución práctica para la vida contemporánea, entender que todo está en nuestra interpretación del fenómeno; si lo asumes como un castigo será un castigo, así es más o menos la vida del artista: terminas un trabajo y empiezas otro aunque no estés satisfecho. No podemos engañarnos a nosotros mismos, si hicimos mal una cosa nos sentimos mal, es una sensación que no te puedes quitar. En cualquier trabajo puedes “engañar” a tu jefe y no es tan relevante, pero esto se puede ver o sentir como una cuestión eterna de hacer una actividad sin sentido.»
– Dicen que el arte también funciona como terapia…
«Esto es completamente autoterapia. La razón por la que trabajo es por salud mental, si no fuera por esto no operaría tan bien en otros contextos. No lo hago para impresionar a nadie o por cuestiones comerciales, o para ganar la aprobación de algún sector, todo comienza por una cuestión terapéutica.»
– Desde tu punto de vista, ¿cuál es el panorama actual del arte mexicano, hacia dónde va y qué paradigmas enfrenta?
«No estoy muy al tanto. En mi percepción, el mundo vive un momento de confusión en el que no hay reglas, todo se vale; es un momento interesante. México, por ejemplo, es líder artístico a nivel mundial, con representantes como Gabriel Orozco. Lo único que yo opinaría o agregaría es que la pintura mexicana contemporánea también existe, y el trabajo del artista consiste en ser honesto consigo mismo, si no se cae en una pretensión.
«Al arte mexicano no le falta nada, está bien posicionado a nivel mundial. Cuando me fui del país había alrededor de cinco museos y galerías en la ciudad, hoy ha explotado mu- cho, con museos, galerías serias, etc. Si México debe sentirse orgulloso de algo es de su representación artística. A veces la gente se enfoca mucho en los logros deportivos, pero México es líder mundial en el arte.»
– ¿El arte salva a las personas?
«Por su puesto. No el objeto, sino la interpretación, por eso los edificios corporativos siempre tienen arte en el lobby, para que la gente que va todos los días a trabajar como autómata no se olvide de esa parte libertaria. Sí, creo que el arte salva.»