La experiencia musical de Björk en su estado más orgánico, acústico e íntimo en el Auditorio Nacional #WARPGigs

// Por: Diovanny Garfias

jue 30 marzo, 2017

Fotos: Santiago Felipe / Cortesía Björk

Artista: Björk

Lugar: Auditorio Nacional

Fecha: 29 March 2017

Hoy en día es difícil encontrar gigantes mediáticos que hallen coherencia en la manera en la que llevan su carrera, expresen su arte y conecten con la audiencia global, sin importar lo complejo o accesible de su trabajo. Entre estos podemos encontrar el nombre de Björk, la islandesa ha sabido trasladar la poesía onírica engendrada en su cabeza hacia la realidad cotidiana, a veces en forma de música, como historias en forma de videoclip, allá en los 90, y de unos años a la fecha, como un universo paralelo, nutrido de realidad virtual en el que las disciplinas antes mencionadas cohabitan y se entrelazan.

Ayer vivimos la experiencia musical de Björk en su estado más orgánico, acústico e íntimo. El público, ansioso por recibirla por primera vez en la Ciudad de México ardió en ovaciones al verla pisar el emblemático escenario del Auditorio Nacional. La gente gritó y aplaudió (no dudo que algunos más derramaran lágrimas), sin embargo, apenas unos segundos fueron suficientes para que las casi 10,000 almas presentes descubrieran que esto se trataba de una celebración casi ceremonial, algo que había que disfrutar sentado, apreciar en silencio, asimilarlo y luego, volverlo parte de nuestros recuerdos (los celulares estaban prohibidos).

Fiel a Vulnicura Strings, la diva se hizo acompañar de una orquesta de cuerdas (oriunda de CDMX) compuesta de 30 músicos, más el conductor Bjarni Frímann Bjarnason, su paisano, (quién también será el encargado de dirigir a la orquesta en Los Angeles, California, en el Walt Disney Concert Hall, el próximo 30 de mayo) para entregar un concierto dividido en tres etapas. La primera, dedicada a Vulnicura (2015), este drama experimental ejecutado de una manera visceral y desnuda. Cubierta por uno de sus, ahora, característicos antifaces diseñados por el artista James Merry y enfundada por un vestido del diseñador Stéphane Rolland, Björk nos entregó ‘Stonemilker’ y ‘Lionsong’: “I refuse, it’s a sign of maturity to be stuck in complexity, I demand all clarity”, cantaba, exhibiendo sus sentimientos y haciendo de su voz un conductor de desolación.

Más tarde vinieron ‘Black Lake’ y ‘Family’, quizá la canción más personal de la cantante de 51 años en la última década, una clara narración de la batalla por la custodia de su hija con su ex esposo, el artista multidisciplinario Matthew Barney: “There is the mother and the child, then there is the father and the child, but no man and a woman, no triangle of love… So where do I go to make an offering to mourn our miraculous triangle, father, mother, child”. La tragedia sonora se puso en pausa tras ‘Notget’.

Después de un interludio de aproximadamente 15 minutos nos preparamos para el “segundo acto”, ‘Aurora’ de Vespertine (2001) nos otorgó un descanso de la melancolía, unos minutos de sosiego, para después disfrutar del tema nominado al Premio de la Academia, ‘I’ve Seen It All’, de Selmasongs (2000), arrancado un alarido del público, aunque nada comparado con lo que estaba por venir. El clásico ‘Jóga’ llenó la sala de ilusión, recordándonos por qué un día decidimos que amábamos la música de esta islandesa. ‘Vertebræ By Vertebræ’ y ‘Bachelorette’ cerraron especialmente el bloque, para entonces el mood había cambiado, Björk portaba un antifaz y un vestido diferentes a los del comienzo del recital y sus movimientos robóticos aparecían con mayor frecuencia.

Para finalizar, la soprano presentó a los músicos que la acompañaron y agradeció al público, probablemente el momento de la noche en el que habló más, fuera de un “gracias”. Este último módulo se compuso de apenas dos temas: el primero fue ‘The Anchor Song’, una canción dedicada a aquellos que encontraron en Debut (1993) un amigo que los acompañaría hasta la fecha. Y para llevar los sentidos al límite y entregarnos un “grand finale”, Björk nos concedió una inesperada versión de ‘Pluto’, dinámica y estrepitosa, propia de una artista vanguardista, siempre hambrienta por reinventarse en todos los sentidos.

Así concluyó una noche añorada por muchos, una que recordaremos durante los próximos años, sin parafernalia electrónica, sintetizadores, iPads u otros artilugios (eso está reservado para el sábado en Ceremonia), este show se trató de despellejarnos el alma a través de emociones sónicas, dejándola sensitiva, desollada, doliente.