Hikuri en Wirikuta: Tierra de Dios #WARPBeforeAndAfter

// Por: Kaeri Tedla

vie 10 marzo, 2017

“Si pensamos que la vida es como un libro, el que no viaja siempre lee la misma página…”
Voltaire

Cuando tenía alrededor de 23 años un amigo me invitó a emprender un viaje de aventura al desierto de San Luis Potosí, era una travesía muy prometedora y distinta a cualquiera que yo hubiera hecho.

Lo cierto es que cada parte de ese viaje excitaba mi imaginación al máximo, primero, un trayecto de 12 horas en tren desde la estación Buenavista, hasta el pueblo potosino de “Estación Catorce”, recorriendo con la vista los paisajes más hermosos y diversos que hubiera yo apreciado jamás: valle, desierto, bosque y montaña, pero también ciudades y pequeños pueblos que, al paso del tren, transitaban frente a mis ojos como si se tratara de una película.

Aunque tristemente el tren de pasajeros ya no existe en México, esas imágenes quedaron grabadas en mi memoria para siempre.

Después la gente, personajes increíbles con los que tuve la suerte de cruzarme: el tipo de la guitarra que va camino a Laredo para cruzar la frontera y trabajar cómo músico en Estados Unidos y que pasó todo el viaje cantándonos corridos y canciones llenas de albures, el canadiense rubio y con dreadlocks (rastas) que cargaba un pequeño tambor africano y que venía de Belice, justo a conocer Real de Catorce y el peyote, las señoras que en cada pueblo se subían al tren con canastas y vendían abundantes platos de comida riquísima por 20 pesos, el vato de las chelas, que pasaba con una cubeta con hielo y plena de latas de Modelo para quien lo requiriera.

La siguiente bendición nos llegó apenas pusimos un pie en el desierto…

El pueblo de Real de Catorce era una población minera y actualmente turística, ubicada en el corazón de la sierra de Catorce, en el estado de San Luis Potosí, al norte de México.

Se encuentra a una altitud de 2750 msnm y la principal vía de acceso es a través de un túnel de 2300 metros de longitud, inaugurado en 1901, llamado “Ogarrio”, donde la piedra viva del interior adquiere formas y movimiento cuando la baña la luz de los autos.

Es difícil precisar cuándo se descubrió la primera veta, pero ya en 1772 era un “real” o una población minera; es hasta el 11 de agosto de 1777 cuando surge en documentos el término de “Real de Catorce” y donde en ese pueblo y minas la plata era más que abundante, a tal punto que los franceses intentaron tomar posesión de la región, en una batalla en la que fueron vencidos y expulsados.

Está en la parte más alta de la sierra y desde ahí se domina el valle de Wirikuta por completo, el nombre del cerro es absolutamente Huichol y lo lleva porque esta etnia, que ha caminado desde su natal Nayarit a San Luis desde tiempos milenarios como una peregrinación colectiva para recoger el Hikuri, cree que desde la montaña más alta de ese lugar nació el sol, de hecho, la punta de la montaña parece faltarle un gran pedazo de la cima, como si le hubieran quitado un cacho.

Bajando la montaña uno encuentra, a la mitad del recorrido, un pequeño grupo de casas de adobe desértico llamado “Los 14”, que presume haber sido fundado por bandidos que solían robar algo de la inmensa cantidad de plata que generaban las minas de Real en el s.XVI.

Y al llegar al valle, al mero desierto de Wirikuta y a ambos lados de la vía del tren se llega a “Estación 14”, pueblo increíble donde el tiempo parece haberse detenido en 1900 y dónde, desde las casas hasta la gente, se percibe una vejez aleccionadora y sabia.

Esa es la puerta a Wirikuta. Estábamos ahí…

Buscando hospedaje y por recomendación de los habitantes del pueblo llegamos a casa de Margarita, una inmensa y gorda mujer sentada en un catre, en el acceso de una vivienda muy vieja, dónde en mejores tiempos había existido una tienda; Margarita era ciega, cuando entramos al lugar una chica morena de ojos profundos hacía unas largas trenzas con el cabello plateado de la señora.

Esa escena la vi muchas veces, cuando regresé a Estación 14 y al desierto durante 7 años de mi vida, en la época en que iba hasta dos veces por año como una peregrinación personal de purificación y aprendizaje. Cuando Margarita y yo nos conocimos, para no complicarla, le dije que me llamaba Ángel, pues Kaeri me parecía le sería difícil.

Un día, llegando a su casa un lunes por la noche, la niña le hacía las trenzas y la abuela, antes de que yo dijera nada, me dijo “Hola Angelito, qué bueno que regresas…” mientras la chica detrás de ella, con sus ojos profundos y casi rasgados, me miraba fijamente.

Llegué a pensar que Margarita veía el mundo a través de la muchacha morena, la vi platicando con sus pájaros y canarios colocados en varias jaulas en los muros de un largo pasillo, me senté con ella a conversar afuera de la cocina, mientras me invitaba mi primer cigarro en la vida y que me supo a gloria, sazonado con la preciosa plática de Margarita que me contaba de cuando su esposo estuvo en la Revolución y cuando fusiló a decenas de personas, parecía ser una mujer de 200 años qué, a pesar de no poder ver, dominaba el mundo con sus poderes de chamana.

Margarita tenía un patio al interior de la vivienda donde había 8 habitaciones que rentaba en 25 pesos por persona y por día, en esos cuartos durante años, la gente que iba a buscar peyote había pintado escenas en los muros de sus experiencias con todas las técnicas conocidas: acuarela, óleo, gis, grafiti, lápiz; había poemas y cuentos en las paredes y eso era suficiente para embellecer una recámara que solo tenía una cama y bancos y mesitas hechas de huacales, donde viví hermosos momentos…solo y acompañado.

Y finalmente llegó el día de ingresar al desierto y sus poderes…

Detrás de casa de Margarita y luego de cruzar su milpa y ver a sus puercos corriendo ansiosos por el terreno, se hallaba una barda muy fácil de saltar, cuando tus pies caían a la tierra estabas en Wirikuta, en un amplio valle sin árboles, ni casas, ni gente, dónde se puede percibir la redondez del planeta con facilidad, pues la vista domina todo el horizonte, en él se observa una línea recta que parece llegar al infinito… ese es el camino.

Mientras en la década de los 60 se encontraba el peyote al pie de la vía del tren, la depredación de la gente hizo que en aquellos días se tuviera que caminar hasta tres horas al interior del valle para encontrarlo, ahora debe ser mucho más, pues crece al lado de una planta llamada “Gobernadora”, de la que se extrae el yodo y que literalmente gobierna el desierto, pues junto con cáctus y biznagas, tupe todo lo que se alcanza a ver de una especie de “naturaleza muerta”, pues esa planta es un alga fósil que se encuentra ahí desde hace millones de años, cuando el desierto… era mar.

El peyote, es una especie perteneciente a la familia de las cactáceas, es endémica de México (solo lo hay aquí) y se encuentra únicamente en las regiones desérticas de los estados de Nayarit, Chihuahua, Durango, Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León, San Luis Potosí y ocasionalmente en algunas áreas de Querétaro y Zacatecas.

Es muy conocido por sus alcaloides psicoactivos, entre ellos la Mescalina, principal sustancia responsable de sus efectos psicodélicos.

Posee una larga tradición de uso, tanto medicinal como ritual, entre los indígenas americanos y está extendida mundialmente como enteógeno (que tiene un poder alucinógeno que proporciona una experiencia divina, según algunas creencias indígenas) y es usado como complemento de diversas prácticas, entre las que se encuentran la meditación y la psicoterapia psicodélica.

Los huicholes lo llaman “Hikuri” (Venado Azul) y lo utilizan como una planta de poder que expande los sentidos y comunica con Dios directamente; niños, mujeres, hombres y viejos huicholes lo consumen en rituales cuidadosos donde limpian sus pecados y luego cuentan la historia de sus visiones en peyote en los coloridos bordados de su ropa tradicional. Por cierto, Carlos Salinas de Gortari cuando fue presidente, entre las pocas cosas buenas que hizo, fue darles amnistía a los huicholes para transitar por el país llevando el peyote sin ser detenidos.

Para mí, mis viajes en Hikuri, tal vez más de 12, siempre fueron como encontrar a un padre que me tomaba de la mano y me guiaba al interior de mi conciencia, donde me obligaba a enfrentar mis miedos y mis más profundos demonios, para resolver temas angustiantes y curarme.

Las puertas detrás de las que hay universos bellos e infiernos terribles son mías… el peyote es sólo la llave que las abre.

Acampando en medio del desierto, al pie de una fogata y viajando en peyote, pude reconciliarme con mi abuela cuando murió y no tuve el chance de despedirme de ella, al encontrarla de pronto sentada junto a mí en la tierra, bajo la luz de incontables capas de estrellas que iluminaban el valle en una noche sin luna, como si estuviera viva, pues pude abrazarla a pesar de tener un año de fallecida.

Recorriendo durante tres horas, bajo el incendiario sol del desierto mexicano la ruta del valle aprendí a caminar, disfruté sentir cómo mi cuerpo me llevaba a donde yo le decía en medio del inmenso terreno, mientras mi mente, como si fuera un pasajero, solo se dedicaba a observar.

Así, caminando más y más, cuando volví a la ciudad pude bajar 40 kilos de los 120 que llegué a pesar en una oscura época de mi vida.

En fin, tomaría decenas de #BeforeAndAfter contarles todo lo que viví, aprendí, vi, temí y conocí en el desierto de Catorce, pero sin duda esa primera travesía con mi amigo Héctor fue definitiva para mi vida y para lo que hoy soy.

Les recomiendo leer a Carlos Castaneda y particularmente su libro “Las enseñanzas de Don Juan”, para que comprendan el universo del Hikuri y su poder inefable, dejando claro que si bien Castaneda tuvo la fortuna de conocer a un chamán único que le abrió las puertas de la percepción, al final del día y en su egolatría estúpida nunca entendió las lecciones de oro que Don Juan le dio y acabó convertido en un mesías de caricatura.

Lo mejor de Carlos Castaneda no es él, sino Don Juan y lo mejor de sus libros es el conocimiento poderoso alrededor del peyote (entre otras plantas de poder) que ahí se comparte.

Siempre he creído que, así como los musulmanes están obligados a hacer un viaje a la Meca al menos una vez en su vida, todos los seres humanos deberíamos ir a Wirikuta, al menos una vez… mientras estamos vivos.

Considérenlo.

“If the doors of perception were cleansed, everything would appear to man as it is… infinite”.

Aldous Huxley (frase que le dio nombre a la banda The Doors)