El reloj marcaba las 10 de la mañana, y mientras comenzaba el trayecto asignado para llegar a Las Estacas, Morelos, muchas cosas pasaban por mi cabeza. Expectativas, ideas, cosas que me gustaría que pasaran, y cosas que no. Acompañada de una buena playlist (proporcionada por el mismo festival via Spotify), me pude hacer una idea de lo que podría escuchar, aunque todos sabemos que las presentaciones en vivo tienden a ser diferentes. Con un poco de electro, dance, jazz, salsa, reggae, este festival prometía variedad.
El clima, favorable. No había una sola nube que pudiera amenazar mi camino. Y después de un viaje que fue en su mayoría agradable, el inmenso letrero de bienvenida me recibía. Cuando pensé que la parte más tediosa había pasado (manejar en carretera), me esperaba un mundo de sorpresas en el estacionamiento. Filas para acomodar el coche, y mucho, pero mucho polvo. A estas alturas, ya no eran importantes ese tipo de nimiedades, yo no podía esperar para entrar al festival.
Al fin estaba aquí, el famoso Carnaval Bahidorá. Al entrar a Las Estacas, no podía creer la cantidad de personas que había en este lugar. Fue impresionante. Pensando en que aún no comenzaba la primavera, decidí venir preparada para un clima más fresco. Gran error. El calor típico de Morelos se burló de mí, y me obligó a cambiarme a un atuendo más cómodo inmediatamente.
Lo más interesante de este evento, hasta ahora, eran los personajes que fui encontrando en mi camino. Hombres y mujeres con plumas y collares, cascos vikingos, pijamas de unicornio, había de todo. Aunque un 90% de los asistentes iban y venían en traje de baño, pude encontrar vestimentas un poco más particulares.
Decidí comenzar a explorar el festival por áreas, conocer los escenarios y ubicar puntos importantes como el baño y la comida. La primera parada, el Asoleadero Corona. Sonaban los ritmos contagiosos de Frente Cumbiero, y he de decir que sí me dieron ganas de bailar en ese momento. Quise acercarme un poco más para ver a los músicos, pero la cantidad de gente concentrada en este escenario me impidió tener una mejor vista del concierto. A pesar de tener un ambiente bastante agradable, decidí seguir con el recorrido.
Llegando a la Estación Pepsi, me di cuenta que me esperaba una gran fiesta el día de hoy. Los Parientes de Playa Vicente Veracruz se encontraban ambientando el pequeño jardín con su ritmo jarocho. Decidí continuar con mi camino, porque si me instalaba aquí, sería imposible moverme después. Entre bailarines y espectadores, todos estaban pasando un buen rato.
Mientras buscaba mi camino hacia el área de prensa, me encontré varias curiosidades y decoraciones interesantes del festival. Escultura, dibujos y atrapasueños de mil colores. Incluso había un cerebro inflable gigante, cuyo significado me llenaba de curiosidad. Nadie supo explicarme el significado del inmenso globo, tal vez no lo tenía. Conforme me acercaba a la palapa asignada para prensa, comencé a escuchar a lo lejos un ritmo muy interesante. El Escenario Central presentaba a Mad Professor, y todos bailaban con su relajante reggae. Está de más decir que, como valor agregado a la presentación, un olor muy particular rodeaba el escenario.
Después de la parada técnica en el área de prensa, continué con mi camino. La cantidad de zonas acuáticas me agradaba; lástima que todo el público se concentraba en el Asoleadero. Mi estómago pedía algo de comer (seguro como consecuencia de haber pasado un rato en la humareda del escenario reggae). La variedad de comida fue una buena noticia; había hamburguesas, tacos, comida vegana, kebabs. De todo, y delicioso.
Comenzaba a invadir la oscuridad nocturna, y cuando vi en el mapa la cantidad de lugares que no había visitado, me encaminé al más cercano y más misterioso que encontré: La Isla B. Una pequeña caravana de percusiones afro brasileñas me sorprendieron en el camino; he de decir que fue muy grato no sólo ver a estas personas disfrutar tanto esto, sino también a todos los espectadores que se unían al breve número musical.
Llegando a la Isla B, no imaginé lo que encontraría. Era un mundo alterno dentro del mismo festival. Se podían encontrar espacios para meditar, para recibir masajes y limpias, incluso para hacer yoga (¡contaban con horarios para clases matutinas!). Al final de esta zona, había un pequeño pero maravillos escenario llamado La Madriguera. Estaba rodeado de sillas, sillones y almohadas, realmente cómodo. Quedé encantada con este lugar, sabía que en algún punto de la noche debía de regresar aquí.
La noche avanzaba, y Bahidorá me mostraba su nueva cara. Mientras me encaminaba al intenso escenario Doritos Dance Floor, me encontré un par de fogatas que pometían ofrecer un gran espectáculo visual. Acompañado de la música de Agrupación Cariño, las ganas de bailar me ganaron, y detuve mi recorrido para disfrutar el show. He de decir que el grupo hizo un trabajo excepcional; me dio más calor el baile que la famosa fogata.
Al fin llegué al último escenario, Doritos Dance Floor. Y como lo dice su nombre, la música dance era el rey de esta área. Ya era más de las 4 de la madrugada, y aunque muchas almas ya descansaban en el campamento, o donde su cuerpo decidió caer, la mayoría de los asistentes seguían bailando, bebiendo, cantando y fumando al ritmo de Lawrence y NU, quienes continuaron con la fiesta hasta las 8 am. Y cuando creí que esto había terminado por hoy, La Onda Sound System inauguró la mañana del Domingo con DJ Sottofett.
A estas alturas, decidí tomar un descanso y dormir un poco. La carretera me esperaba para llevarme de vuelta a la ciudad, a la realidad. Fue particularmente curioso dormir cuando en el fondo, podía escuchar la música y la fiesta seguir sin descanso. Después de unas horas, abrí los ojos al ritmo de… mi alarma. Aún algo cansada, decidí dar un pequeño recorrido más al festival, encontrando ahora a un público desvelado, cansado, pero feliz. Satisfecho. Y yo formaba parte de ellos.
Sin duda alguna, fue una experiencia que volveré a repetir, la experiencia de responder al #LlamadoBahidorá.