Dicen por ahí que el mundo se divide en dos: los que nunca se han tatuado, y los que sí. Y probablemente así sea, ya que los prejuicios y rumores que existen alrededor de este mundo es la misma razón por las que las ideologías son tan divididas en este tema. Por un lado, tenemos a la personas que han crecido con la bella idea de tatuarse algún día; por otra parte, están los que crecen con cierta discriminación a quienes llevan tinta en la piel.
Si bien la decisión de tatuarse o no es completamente respetable, ese mismo respeto suele verse limitado en ciertos contextos; un fenómeno común de intolerancia en diversos contextos sociales ha creado, poco a poco, la falsa imagen relacionada con una persona tatuada.
El estereotipo clásico infiere que una persona tatuada es irresponsable, sucia, con antecedentes poco confiables, incluso criminal. La realidad es que el tatuaje mismo no discrimina; todos pueden tener uno: exitosos empresarios, magníficos artistas, profesionales en el área de la salud, criminales, personas responsables e irresponsables, eso no importa.
Otro pretexto comúnmente escuchado con las personas tatuadas (en especial las primerizas), es el arrepentimiento. El miedo tanto a ser juzgado, como a no simpatizar con el tatuaje mismo. Aunque este tipos de eventualidades ocurren, esto no es una justificación para menospreciar a una persona tatuada. Existen mil y un razón más en este mundo que podrían calificar con más facilidad a una persona que toma decisiones de las que se puede arrepentir después: matrimonios por presión social, actos criminales de todo tipo, embarazos que buscan salvar una relación, cortar lazos con seres queridos por orgullo, trabajados desmotivantes por sueños frustrados.
Una persona tatuada no tiene nunca la intención de volverse una etiqueta mal vista; quien decide pintarse la piel de negro o colores, lo hace por sí mismo. Aunque sea el nombre de un ser querido, una frase de despecho o una imagen sin significado, la gratificación que le da al tatuado es única. Y por esta misma razón es que la mayoría de los que se tatúan, no lo hacen sólo una vez. Hay quienes llegan al límite de tener toda la piel pintada, y es porque quieren, porque les gusta. Y ciertamente no lo hacen con afán de incomodar a la gente, de dar una imagen de suciedad o irresponsabilidad.
Haciendo a un lado a todas las personas que se tatúan en estado nulo de sobriedad, el simbolismo detrás del tatuaje es más profundo de lo que parece; es tinta que se queda en la piel para siempre, que requiere un proceso doloroso, y que de alguna forma te dará una nueva apariencia. Un tatuaje te cambia, pero no te separa de los demás. Al contrario, te acerca al mundo, porque tu tinta es, de alguna forma, una carta abierta de quién eres, de tus gustos y de tu personalidad, sin miedo a ser juzgado.