Es sorprendente pensar que For Emma, Forever Ago (2008), el álbum que lanzó a Bon Iver a la fama, fue lanzado hace casi una década. Ese disco que redefinió el concepto del breakup álbum, que estuvo en repetición constante a través de miles de dispositivos de audio en todo el mundo. Seguramente el compositor y multi-instrumentista Justin Vernon, la mente maestra detrás de Bon Iver, nunca imaginó que For Emma fuera a tener tanto éxito al grado de vender más de medio millón de copias, y contando.
Gran parte del éxito de For Emma se debió a la mitología que rodeó la producción del disco. La leyenda cuenta que, luego de una dolorosa ruptura con su pareja, Vernon se refugió durante un invierno en una cabaña ubicada en medio de los bosques de Wisconsin. El frío, el ambiente desolado y un sonido orgánico dieron resultado a uno de los discos más honestos e íntimos de la década pasada.
Tuvieron que pasar cuatro años para que Vernon decidiera sacar otro álbum de larga duración bajo el nombre de Bon Iver (2011) que desconcertó a muchos. Era una cambio radical al sonido que todos esperaban de él. Aun así, las críticas fueron bastante favorables. Este disco presentaba una notable maduración sonora, una mejor producción –aunque con unos bemoles en cuanto a la mezcla- y una disposición por experimentar con sonidos envolventes que lograban transportarte a lugares inexplorados. Aunque el Blood Bank EP (2009) Vernon ya mostraba una afinidad por las bases electrónicas, el vocoder y el auto-tune; fue en Bon Iver, Bon Iver cuando incorporó completamente estos sonidos a su estilo musical.
Ahora, Bon Iver acaba de lanzar su tercer álbum, 22, A Million, un disco tan críptico como interesante y caótico. Comenzando por los títulos de las canciones, los cuales incluyen símbolos raros y números que le otorgan un aura mística al concepto del álbum. Lo mismo sucede con el arte y la temática lírica del disco.
22, A Million abre con ’22 (OVER S∞∞N)’, una canción donde la voz de Vernon se incorpora en la mezcla como un instrumento más que es acompañado por piano, saxofón, violas, violines y guitarras. ’10 d E A T h b R E a s T ⚄ ⚄’ presenta una base electrónica cuyos beats se van fundiendo hacia el final en un solo de jazz. Por su parte, ‘715 – CRΣΣKS’ es una canción a cappela que recuerda al arreglo vocal que Vernon ya había usado en ‘Woods’, de su Blood Bank EP, recurriendo en mayor grado al vocoder y el auto-tune. Le sigue ’33 “GOD”’ la cual, al igual que ‘666 ʇ’, incorpora por primera vez referencias religiosas en su música.
’29 #Strafford APTS’ es un corte preponderantemente acústico donde suenan arpegios, violines y voces que se sienten como el único throwback al trabajo realizado en For Emma. Hacia la recta final del disco, las canciones comienzan a sonar repetitivas e inacabadas, como es el caso de ’21 M♢♢N WATER’, el corte más experimental del álbum. ‘8 (circle)’ recuerda la vibra ochentera del Bon Iver, Bon Iver. Por último, el álbum concluye con ‘___45___’ y ‘0000 Million’, dos canciones que, aunque austeras, se sienten más personales que cualquier otro corte del disco.
Si hay algo que define el sonido de Bon Iver es su énfasis en la ambientación, lo cual es algo que considero que falta en este disco. Bon Iver pasó de lo orgánico a lo sintético, pero en el camino se perdió algo de la esencia, por más que se intente compensar con ediciones cortadas, sampleos extremadamente manipulados y sonidos extraños que en ocasiones le restan consistencia a cada corte. Sin contar que este disco es el más corto en su repertorio. No obstante, 22, A Million demuestra que Bon Iver no tiene reparo en experimentar, en seguir adelante, sin miedo de alienar a algunos de sus seguidores en el camino.