//Por: Iván Lechuga @ilechuga
Estaba viendo a Thom Yorke bailar como serpiente de seda por el escenario, recordándome a Kurt Cobain haciendo lo mismo, quien parodiaba a la serpiente del desierto original, Axl Rose. Recordé que Yorke nunca ha sido cínico con su trabajo musical, aún cuando un baile similar suyo se volviera viral en el video de ‘Lotus Flower’, o como es crípticamente cínico en algunas entrevistas (por no decir todas). Dejándose llevar sin recato por la música de ‘Identikit’, del último álbum A Moon Shaped Pool (2016), me di cuenta que el trabajo de Thom Yorke me seguía inspirando después de casi 20 años…algunas veces me habló de los peligros del consumismo masivo, otras del resquebrajado sistema político occidental, y mínimo en una ocasión sobre la posibilidad de ser secuestrado por extraterrestres al ir manejando de noche por la carretera.
Solo un día después de que Roger Waters despegara de la CDMX, dejando una marca indeleble en el recuerdo de cientos de miles de capitalinos con un cargado mensaje político al compás de música entrañable, aterrizó el quinteto de Oxford que hace varios años era considerado “el próximo Pink Floyd”. Los boletos en reventa, para pista general, andaban en $3,000 pesos; “pero te llevamos hacia el frente del escenario”, se volteó el vendedor de pulseras/halcón del revendedor, para ayudarle a su compañero en la venta. Irónicamente algunos miembros de la prensa acabamos esta vez en pista general, codeándonos con los fans acérrimos, pero que mejor, así escuchábamos de cerca interpretaciones del mencionado último álbum, como los primeros números de la noche: ‘Burn The Witch’ (sin el col legno), ‘Daydreaming’ y la parte más estrambótica de ‘Ful Stop’.
Y si Yorke sigue bailando sin recato a sus propias composiciones, Jonny Greenwood sigue siendo el demonio del requinto. Ese fleco se sigue sacudiendo mientras rasguea con coraje y se hinca frente a sus propios riffs, un milagro que el hombre no ha sido diagnosticado con artritis. Ese “viejo Jonny” apareció en el primer número añejo del setlist, ‘My Iron Lung’, cuyo clímax frenético se sigue escuchando tan fresco como cuando en 1995 básicamente le voltearon la espalda al Britpop, que se encontraba en pleno apogeo. Trataba de disfrutar cada segundo del Greenwood menor destrozando su guitarra, porque a final de cuentas, ya no es 1995, y el multi-instrumentalista, consolidado compositor de piezas para cuerdas, se barajeaba el piano, el xilófono, y frotando un arco para cuerdas sobre su guitarra o un violonchelo futurista, nunca pude distinguir, ya que la vista tampoco era perfecta.
Pero el surgimiento de Jonny Greenwood como el motor musical de Radiohead en los últimos años ha sido para beneplácito de los que han acogido el sonido denso de sus últimos álbumes. ‘Separator’, rebuscado número de The King Of Limbs (2011), permeaba el Palacio de los Deportes como una brisa melancólica, mientras que ‘The Numbers’, del último álbum, adquiría un nuevo brillo al escucharse en vivo. Jonny (y no es por tutearlo, pero para distinguirlo de su hermano, el bajista Colin Greenwood), le ha proporcionado una calidad cinemática a la música de Radiohead, y fue en vivo, a pesar de la ausencia de una orquesta completa, que constaté el poder que le añade a las composiciones (en su mayoría) de Yorke.
Precisamente durante ‘The Numbers’ me fui acercando poco a poco a un chavo explicándole a su hermanita menor (que no pasaba los diez años) algo que yo no alcanzaba a escuchar, la abrazaba y apuntaba hacia el escenario, como desglosando con sus ademanes una carrera musical. Con el pretexto de inclinarme a recoger el (poco) cambio en la compra de una cerveza, me terminé casi metiendo entre los dos. “…Se supone que no iba a sonar así, pero la fueron cambiando…”, y la respuesta de la niña: “pensé que iban a tocar ‘Creep’”. “No mi amiguita, creo que no se te va a hacer”, casi intervengo, dada la corta distancia de la conversación. Afortunadamente no lo hice, pues me tuve que haber comido mis palabras momentos más tarde.
Cerveza en mano, decidí adentrarme hacia la pista, al sonido del riff de Colin en ‘The National Anthem’. El sonido del llamado “Palacio de los Rebotes”, notorio por distorsionar los sonidos graves, estaba aguantando la presión del bajo en este número pegajoso del álbum Kid A (2000). Tampoco sonaba mal cuando aparecieron otras rolas de aquel disco, ‘Idioteque’ y ‘Everything In Its Right Place’; lanzamiento discográfico, antes y después, para el cual yo no recuerdo tan tremenda anticipación mediática. Del hermano menor de Kid A, Amnesiac (2001), ofrecieron ‘Pyramid Song’.
El público rugía al momento que llegaba una de las sorpresas, ‘Let Down’, único número de OK Computer (1997) que se recordó esta noche, y mientras Yorke cantaba sobre las decepciones del transporte masivo, pensé que era momento propio para llegar al centro de la pista. Una insólita interpretación de ‘Planet Telex’ tenía a las gradas del recinto completamente de pie y coreando (volteando a ver desde finalmente mi punto de vista en medio de la plancha de concreto), pero un tipo a mi lado, de barba irónica, jugando yo-yo (sí, yo-yo, el círculo de plástico suspendido por un cordón), durante un exótico momento dentro del repertorio en vivo de Radiohead, le estaba dando al traste a mi experiencia personal, así que fue motivo suficiente para adentrarme aún más entre la muchedumbre para recibir ‘Fake Plastic Trees’, himno al consumismo pre-milenio. La voz de Yorke sonaba más dulce que nunca al momento que trataba de abrirme paso sin caerme, no tirar la cerveza, y corear “she looks like the real thing…she tastes like the real thing”, con miles de desconocidos broders y sisters que tenían al Palacio entero iluminado con sus celulares.
Y finalmente, en el punto más cercano que pude llegar, ahí estaban, Radiohead tocando ‘Creep’, última rola de la noche. Por fin alcancé a distinguir quien era Phil Selway (el baterista original) y quien era Clive Deamer (el llamado sexto integrante de Radiohead, que apoya en percusiones). Era ‘Creep’ en vivo, así que pedí tres deseos. El tipo del yo-yo había quedado atrás, y a mi alrededor, y en las gradas cuando volteaba, había personas disfrutando de un momento realmente (personalmente) especial.
Al dejar el recinto no podía dejar de repetir: “Genial!”, pero empezaron a llegar a mi mente las canciones que no tocaron, las cuales podrían llenar un libro: ‘There, There’, ‘Paranoid Android’, ‘Karma Police’, ‘House Of Cards’, ‘Knives Out’, y un largo etcétera. Por un momento me daban ganas de regresar a patear a Radiohead como si fuera Coldplay, pero el sosiego llegó en recordar que así ha sido por muchos años: Radiohead nunca te da exactamente lo que quieres, y sigues regresando por más.