Por: Ulises Kentros (@UlisesKentros)
El 14 de enero hubo un ataque terrorista en Jakarta, la capital de Indonesia. Murieron cuatro personas, con veinte heridos. Realizado por cuatro personas armadas, con explosivos a su lado, este fue el primer atentado terrorista cometido por Daesh (ISIS) en el sur-este asiático. Este es un desarrollo que los países de la región han temido por los varios años que Daesh ha exhibido capacidad y voluntad de atacar fuera del Medio Oriente. Una pieza en The Diplomat ya indicó el peligro que Daesh representa para la región hace bastante tiempo, en julio de 2014. Para hoy, ya ha habido decenas de arrestos de posibles terroristas, provocadores, etc. ¿Por qué hay tanto miedo en una región tan lejana a Iraq y Siria? Además de la explícita intención de Daesh de establecer una “provincia” allí, mencionaré dos razones por la que su amenaza es inquietante: la historia de la región y los múltiples grupos insurgentes, hoy activos o latentes.
Desde afuera, el sur-este asiático es una región hoy más conocida por sus bellos paisajes (la célebre isla de Bali es el mejor ejemplo), maravillas arqueológicas y ser, en general, un lugar para realizar turismo. Hace algunas décadas esto no fue así. La guerra de Vietnam es la más célebre, pero múltiples conflictos plagaron la región por décadas. En Camboya, la hecatombe del Khmer rojo, seguida de la invasión vietnamita (1975), la guerra entre Vietnam y China (1979), las matanzas anti-comunistas en Indonesia (1965), la guerra de guerrillas en Malasia (que concluyó en 1960; hoy un país con quien México tiene un tratado de libre comercio, a través del TPP), la intervención en Timor Oriental (1975), entre otros. A grosso modo, las décadas entre 1950 y 1980, estuvieron marcadas por conflictos internos, guerras, intervenciones e inestabilidad.
No obstante, ese obscuro periodo de la historia de la región tuvo un final más o menos claro. Desde entonces, todos los países han crecido económicamente de manera más o menos constante (con importantes retrocesos tras la crisis de 1997), y disfrutado de relativa estabilidad política. Ejemplo de ello ha sido la formación y consolidación de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN por sus siglas en inglés), un órgano multilateral que busca la integración de los países de la región. Mas, todo eso puede perderse; el Medio Oriente solía ser visto como una región relativamente estable durante la época en que Indochina e Indonesia pasaban por su peor momento. Esa suerte se revirtió, y lo puede volver a hacer. Para la tranquilidad de Bangkok, Jakarta, Manila, Nom Pen, Saigon, Singapur, no parece haber ninguna amenaza, vigente o latente, lo suficientemente grande para acabar con los buenos tiempos.
Excepto que sí puede haber. Cada país de la región enfrenta algún movimiento de insurrección, muchos de ellos islamitas. Myanmar ha estado décadas en guerra interna; Laos en general no ha disfrutado ni de un boom económico, ni de estabilidad política real; Tailandia ha padecido de una rebelión islamista en el extremo sur de su territorio desde 1960. Indonesia ha enfrentado algo semejante en la provincia de Aceh, donde por décadas ha habido un movimiento independentista que en 2005 cesó hostilidades armadas. De manera semejante, en el otro extremo de su territorio, en Papua Occidental, también enfrenta a un grupo secesionista. Filipinas es un caso severo: por un lado, tiene una rebelión comunista, que ha rugido desde 1969, por otro, el sur de ese país ha hospedado por décadas a luchas autonomistas de corte islamista (el Frente Moro de Liberación Nacional). Ambos han sido conflictos sangrientos, con decenas de miles de muertos acumulados, y la fragmentación de hecho del territorio filipino. Ese es el escenario de pesadilla para todos los países de la región (que no lo están enfrentando ya).
La mayoría de las guerrillas, frentes o movimientos operan en mayor medida por su propia cuenta, desconectado de alguna red de terrorismo del tipo de Al-Qaeda, o Daesh mismo. Sin embargo, puede suceder que, como con Boko Haram en Nigeria, una de las insurrecciones puede proclamar su lealtad a Daesh, y con ello obtener los beneficios que eso conlleva (prestigio, ante todo). Esto ya es una realidad en Filipinas, donde un grupo (pequeño, argumenta el gobierno), ya ha asumido el manto de Daesh.
A pesar de todo esto, se ha indicado de manera correcta que la amenaza de Daesh para el sur-este asiático es, de hecho, pequeña. Además, como una pieza en The Diplomat señala, el gobierno de Indonesia muestra señales de haber aprendido a no reaccionar con excesiva violencia frente a provocaciones. Este es un buen desarrollo; una espiral descendente de atentado-respuesta pesada-descontento popular sería el peor desenlace posible. El peligro que Daesh establezca un frente, capaz de lanzar ataques, es demasiado grande. Y esto es cierto para todo el mundo.