Por: Linda Cruz (@LindaCruz)
Números y diversidad podrían describir lo ocurrido este año en términos de producción cinematográfica. Por una parte, los grandes estudios que decidieron darse a punta de títulos una reñida contienda por el santo grial de la taquilla, y por otro las variadas voces y visiones que ayudaron a refrescar las pantallas con adaptaciones literarias, remakes, franquicias y superhéroes.
Las altas expectativas comerciales de cintas como Las Cincuenta Sombras De Grey, (que por cierto, no salió muy bien librada), Rápidos y Furiosos 7, Avengers 2: La Era de Ultrón, Jurassic World, Intensamente, Minions, Spectre y la esperada Star Wars: El Despertar De La Fuerza han hecho que este año cuatro de ellas se encuentran en la lista de las 10 películas más taquilleras de todos los tiempos. Esto, por supuesto, obedece también a la creciente expansión de exhibidores alrededor del mundo.
Pero, ¿qué implicaciones puede tener todo esto? Una de ellas es que la ambición de este jugoso negocio continúe tomando como objetivo a un público geek que había sido un tanto subestimado y que no sacia su apetito por consumir personajes ya establecidos que, dado su éxito comercial, han hecho que este nicho sea ya una posición aspiracional, así que seguramente la tendencia seguirá ese camino.
El cine como industria, en términos financieros, así como el entretenimiento que ha cobrado otra dimensión al servirse de otras disciplinas para alimentarse, continuará generando contenidos con los números por delante pero, ¿y los que ven el oficio obedeciendo a la definición de “el séptimo arte”? ¿Qué hay de quienes, inevitablemente, encuentran en la lente un medio indispensable de expresión? Ahí también hay un camino que tiene buenos cimientos construidos bajo el romanticismo, mismo que en años recientes rompe recurrentemente con ciertos formalismos, o mejor dicho, “formatismos”. Tal es el caso del último trabajo de Sean Baker, Tangerine.
Luego de que Patrick Gilles y Hooman Khalili se acreditaran como los directores que grabaron el primer largometraje con un teléfono inteligente (Nokia N8) bajo el título Olive (2011), Baker y su equipo de producción, a falta de recursos suficientes para levantar su proyecto en formato convencional, decidieron “echarse al agua” y replicar la técnica con la ayuda de unos cuantos iPhones 5S. ¿Filme? ¿Película? ¿Cinta? No hay un nombre aún que lo defina, pues en la actualidad un gran porcentaje de las imágenes que vemos en la pantalla grande suele ser capturado de manera digital. El hecho es que esta historia narrada en 88 minutos es interpretada por actores inexpertos, bajo una dirección y un guión con diálogos impecables. Ubicada en la víspera de Navidad, Sin-Dee-Rella (maravillosamente encarnada por Kitana Kiki Rodriguez) es una trabajadora sexual transgénero quien, después de salir de prisión, descubre que su novio le fue infiel durante su encierro, debido a la indiscreción de su amiga Alexandra (Mya Taylor, actriz y cantante transgénero quien, al igual que la protagonista, debuta en esta película). Ella se deja llevar por el despecho y la rabia para emprender la búsqueda del autor de su roto corazón y la amante en turno, para cobrar venganza.
Al inicio no queda claro si ambas actrices están sobreactuadas o todo es producto de un lenguaje natural de su comunidad, aunque se irá descubriendo que su talento es francamente asombroso. Teléfonos en mano y otros cuidadosos encuadres que ilustran el viaje de la protagonista no distan notablemente de cualquier trabajo realizado con cámaras especializadas, y como los teléfonos aún no son considerados dispositivos profesionales de video, la logística y el proceso burocrático en una producción como esta fueron mucho más simples, facilitando enormemente su realización, según me comentó recientemente su productor, Darren Dean.
Otro aspecto sorprendente de Tangerine es el audio, con un diseño sonoro de manufactura destacada. La combinación de capturar imágenes con teléfonos y la grabación de audio siguiendo al pie de la letra la metodología con la que regularmente se hace, da como resultado un eficaz trabajo, en donde lo último que pasa por la mente es la forma en que se grabó, aunque esta ha sido una carta importante en la promoción del filme. La sustancia está más en el fondo que en la forma, contrario a lo que hemos visto recientemente en múltiples macro producciones.
Más allá de los prejuicios que puedan existir hacia la comunidad transgénero, la prostitución, las drogas y otros aspectos que en muchas ocasiones se retratan como un entorno sórdido, estos temas sólo sirven de contexto, ya que la estructura emocional y sicológica de los personajes hace que conectes más con lo visceral de una relación amorosa, la traición, el engaño y la redención, a través de este drama-comedia que se vive en las calles angelinas.
Este tipo de trabajos son muy esperanzadores. La historia es hermosa y simple, lo que comprueba que mientras haya una buena pluma y un buen ojo detrás de un proyecto, seguiremos disfrutando de películas hechas con pasión, honestidad y mucho, mucho corazón.
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