Hoy no sonó Portishead. Y con gran razón. Las pasarelas del jueves 4 de abril resonaron por sus inmaculadas referencias comerciales. Era el momento de mostrar la calidad de las marcas establecidas que han logrado renombrar al Fashion Week mexicano, sobre todo entre sus asistentes, seguidores y compradores.
El cuarto día del Fashion Week mostró territorios comunes entre marcas: pantalones amplios, acampanados. Materiales brillantes y al mismo tiempo transparentes. Gamas cromáticas parecidas. La impresión era que todos los diseñadores habían sido afectados por la misma influencia o al menos el mismo proveedor de telas.
A pesar de tratarse de propuestas que no necesariamente sugieren innovaciones estilísticas ni de producción, logran la capacidad publicitaria gracias a la calidad en acabados y en las presentaciones de cada desfile. Las estéticas comerciales a las que se añaden, no excluyen cuestionamientos inusuales que en sus presentaciones. Logran cautivar al público específico de cada marca. Dicho de otra forma: las marcas mexicanas conocen perfectamente a su consumidor y difícilmente los apartaran presentando narrativas dispares en cada demostración.
Fue incluso cómico que las marcas más esperadas tuvieran una concurrencia tan limitada. Un ejemplo de adoración crítica pero poca respuesta del público, fue el de Pink Magnolia, principalmente afectada por su visión repetitiva.
Hay que recordar que en este tipo de reseñas, siempre hay una cualidad personal. En este sentido parece que Pink Magnolia pudo haber dado más. Aunque se hayan presentado prendas con un nivel altísimo en construcción, las insinuaciones visuales eran las mismas de siempre. Colores vistosos, potenciados por los materiales empleados, con una visión específica hacia el público joven al que se dirige. A pesar de ser vitoreada y seguramente consumida en la siguiente temporada, parece forzar su visión sobre las mujeres jóvenes modernas, aunque éstas sean repetitivamente diferentes a la imagen proyectada por la marca.
¿Y es esto algo malo? Para nada. Las propuestas presentadas en cualquier semana de la moda son eso: propuestas. Si algo no te gusta, no lo compres, no lo consumas y no lo uses. Esa fue básicamente la mentalidad del evento este año.
Mostrar las armas de cada diseñador y permitir al público juzgar por sí mismo. A pesar de a veces parecer comerciales, siempre se sintió un aura de dirección personal en cada propuesta, sin importar la repetición de elementos en cada pasarela. Finalmente, son estas presentaciones las que marcaran las tendencias que servirán en propuestas futuras.
Esto hace que se cuestione el lugar de escuelas de moda en eventos que requieren una calidad creativa y de producción en todos sus participantes mayor al de cualquier graduado. Asistir a una escuela que te da prestigio por el dinero invertido no es un factor que impacte en la calidad del show presentado. Lamentablemente fue el caso de las graduadas de Marangoni. La ejecución era exquisita, pero las ideas eran repetitivas y poco innovadoras.
Lo de Lydia Lavín reunió innovaciones técnicas/artesanales pero poca creatividad. Probablemente tras haber presenciado los desfiles de marcas más jóvenes, sea incongruente juzgar a una diseñadora con más experiencia bajo el mismo lente. Pero nada de lo presentado hablaba de búsquedas originales.
La temporada fue representada con piezas y accesorios predecibles: ponchos bordados, sombreros anchos, una vibra western lejanisima a lo vívido habitualmente en las regiones representadas.
Vaya, hasta el número final con la novia vestidisima en blanco y un novio en contraste negro fue algo innecesario. Al menos los hombres que tenía enfrente preferían utilizar su tiempo para tomarse selfies que poner atención a la pasarela. Se agradece la propuesta de Lavín, pero no resuena con las necesidades reales que otros diseñadores más jóvenes mostraron.
El desfile de Boyfriend’s Shirt llegó a caer en los mismos territorios: siluetas repetitivas, intentos no tan fallidos de engrandecer cada modelo presentado. Aun así, seguramente será de las colecciones más vendidas este otoño. Con esta colección se volvió evidente la necesidad por evolucionar: menos skinny, más siluetas grandes. Sobre todo en pantalones. El regreso del acampanado es inminente por la irreverencia que conlleva. La mayoría de los diseñadores en esta edición del Fashion Week lo saben.
Benito Santos sorprendió: conocido por presentaciones rehusadas a quebrar normas, el desfile que presentó para Otoño/Invierno 2019 dejó a más de uno boquiabierto.
La colección fue completamente fabricada en rosa: cualquier tonalidad parecida se volvió un elemento utilizado para aventajar la propuesta del diseñador. Parecía no cansarse de incluir elementos diminutos sobre otros elementos diminutos: moños fucsia, terciopelo, si no estabas poniendo atención, no te habrás dado cuenta de los encajes vomitados por cada manga larga, que a su vez se delimitaban por bloques de color. Las plumas sobre las plumas principales. Las siluetas que buscan el empoderamiento de una persona potente.
El último día en Frontón México demostró la adecuación de este espacio para un evento normalmente situado en diferentes locaciones. Las fallas eran obvias y perdonadas por una audiencia mayoritariamente consciente de las implicaciones que requiere un evento de esta magnitud. Principalmente si está empezando a dejarse en nuevas manos.
¿Cuánto se le puede exigir a los diseñadores mexicanos, quienes deben interpretar su propio contexto y presentarlo ante un público expectante por comparativas extranjeras? Las pasarelas nos hacen cuestionar muchísimas cosas.