#WARPPresenta: Entrevista con Alejandro Marcovich, la guitarra de Latinoamérica

// Por: Oscar Adame

lun 20 abril, 2020

Fotos: Cortesía

Estoy bien, soy una persona muy hogareña”, es lo que me responde Alejandro Marcovich al otro lado del teléfono, en medio de una pandemia mundial que ha dejado a la mayoría de la población en estado de confinamiento. A lo largo de los últimos días, y aprovechando el tiempo en casa, estuve escuchando los álbumes que conforman la discografía del proyecto más famoso del cual ha formado parte: El grupo de rock Caifanes, en el formato más romántico que encontré a la mano: Las cintas de casete de mi padre.

La emoción de escuchar aquellos álbumes solo se puede comparar con aquellas visitas a las Pirámides de Teotihuacán, tras caminar por horas debajo del sol ardiendo y rodeado por señores que venden silbatos aztecas. Cuando recorres un mercado de flores de cempasúchil y piensas en la emoción que está sintiendo tu abuela, esperando pacientemente en el otro mundo por el momento de recolectar su calaverita de azúcar. También de cuando te detienes a observar la estatua de la Virgen de Guadalupe que está en la esquina de un semáforo, aquella versión hiperrealista con ojos de vidrio que te asustaba tanto de niño. Es como comer tacos en medio de un pueblo mágico, frente al edificio más importante para su comunidad: la capilla, que siempre está acompañada por un grupo de mariachis que recorre la plaza de punto a punto, pidiendo dinero a sus habitantes.

Es un recorrido por la cotidianidad mexicana, uno que se puede experimentar aun en el encierro absoluto. Es la culminación de una búsqueda de Alejandro por “crear una guitarra eléctrica que sonara a Latinoamérica”. Una forma de encontrar vida y color en una situación en la cual todo se siente muerto, un enfoque único en el rock nacional. Son imágenes potentes que sobresalen por su evolución, misma que se puede ver dentro de su interior musical, llevada de la mano por este guitarrista y compositor de origen argentino que, si algo ha demostrado dentro de su carrera musical, es que quedó completamente enamorado por la cultura mexicana.

Todo esto tiene un devenir, pues soy el extranjero que llega a México y que se enamoró de la música popular mexicana”, declaró, afirmando que la lluvia de imágenes que me genera la música de la banda “no es algo que Caifanes estaba buscando, es algo que yo estaba buscando y afortunadamente encontré un lugar en donde explayarme en el discurso de la banda sin que hubiera fricciones”.

Para él, el impacto de llegar a México, tras 15 años de vida en Buenos Aires, fue tan influyente en todos sus sentidos, que terminó con la misión de integrar un discurso latinoamericano, con un énfasis claro en la mexicanidad, al rock anglosajón que se empezaba a popularizar en todo el continente, una “idea tan primitiva que tuve a los 21 años de mezclar a Latinoamérica con el rock” que logró perfeccionar a lo largo de los años hasta publicar su culminación en El Nervio del Volcán (1994), mismo que llevó a su fin a la agrupación con la imagen más potente que se tiene en estas tierras: La del poderío, cálido, pero repleto de incertidumbre, de un volcán. El resultado del trabajo constante de Alejandro, pero también de “un momento histórico en el cual se sumaron los esfuerzos de Café Tacvba, La Maldita Vecindad y Caifanes de una manera muy clara por incluir la música mexicana al rock”, mismo que no se ha podido repetir ante el claro vacío presente de agrupaciones nacionales que tengan una relevancia artística o comercial.

Vivimos en tiempos tristes, en donde salir es un peligro, y en donde las bandas de pop y rock mexicano no logran crean imágenes vívidas que nos remitan a aquellos momentos en los cuales sí podíamos salir a maravillarnos de este país. Sin embargo, logramos tener una conversación profunda con Alejandro Marcovich con respecto a sus intereses académicos, el gran trayecto que tuvo que recorrer para formar este discurso artístico y sus planes a futuro, dándonos exclusivas con respecto a su próximo álbum de estudio, un material en el cual expandirá su búsqueda, y tal vez logre dar un nuevo tono cálido y latinoamericano a esta industria que se está extinguiendo ante el encierro del frío lenguaje anglosajón.

Aquí No Es Así: El Rock, La Academia y La Música Latinoamericana

He visto que en estos años has estado tocando mucho, te presentas con ensambles de jazz, interpretas seguido en improvisaciones. ¿No extrañas todo eso con la cuarentena?

No lo extraño en el sentido en que no soy alguien que necesite estar tocando todo el tiempo. Tengo mucho mundo interior, desde niño, y no me molesta estar en silencio sin escuchar música.

Lo que he hecho últimamente es aventurarme a cosas diferentes, como estas intervenciones en vivo con personas que puede que conozca… o no. Son cosas que me van ampliando el panorama, áreas de oportunidad y crecimiento musical. Eso ha pasado en los últimos tiempos, como dices tú, con gente de jazz, codeándome un poquito con ese mundo que he estudiado un poquito, sin querer ponerme la etiqueta de –saber tocar jazz como lenguaje- pero sí en el área de la improvisación, que es algo en lo cual me he desarrollado durante muchos, muchos años.

Siento como que todo esto, no me aleja tal cual, del rock, no hace que yo deje de ser –rockero-, algo que ni siquiera sabemos qué significa, pero sí me aleja del ambiente. De la festivalitis y todo lo que significa querer ser y estar dentro del rock mexicano.

Eso es interesante porque, aunque tú eres conocido por tus composiciones pop, es cierto que vienes de academia. Si hubieras seguido a través de esos círculos, estarías haciendo justo lo que haces ahora. ¿Tuviste en mente el ser rockero cuando estudiabas?

Yo hice una narrativa de lo más completa posible en mi autobiografía, tratando de llamar la atención específicamente respecto a mis estudios e intereses desde la adolescencia. Estar escuchando simultáneamente rock, los clásicos grupos de rock pesado y progresivo de principios de los setenta junto con mi interés en el jazz con artistas como Pat Metheny, Charlie Christian, John McLaughlin, Django Reinhardt y Thelonious Monk, por ejemplo, me formaron. En la preparatoria, ya estudiando formalmente música dentro del Departamento de Música de la Universidad de Puebla, empecé a acercarme a los grupos que tocaban jazz en la ciudad.

Comento esto porque siempre he tenido un hambre de entender el rock, pero también entender el folk, el clásico, el pop, y la música disco, además del jazz. Nunca he tenido que etiquetarme, diciendo –yo soy esto-. Sabía que a mí me interesaba la música y siempre quise aumentar mi olfato para ver en donde podía encontrar la sabiduría, armando un rompecabezas muy grande que terminó formando lo que soy ahora. Ese es el asunto y quizá muchos músicos de rock, particularmente en México, se ponen la bandera, dicen –yo toco en un grupo de rock, rock alternativo o blues- y entonces solitos se encajonan y limitan su hambre de conocimiento.

Finalmente, no ha llegado el día en el cual alguien se tome la molestia de analizar mi obra en cuanto a arreglo. Porque tocar muy bien o no un instrumento no es algo que por sí solo te dé un discurso claro, algo a lo que yo siempre he aspirado, pero justamente siento que toda esa búsqueda es algo que he enfocado en el área del arreglo, en la guitarra.

El periodismo musical en México deja mucho que desear, la mayoría de los periodistas que meten las narices en el medio del rock no tienen una formación musical cuando deberían tenerla, por lo menos en lo más mínimo. Sin hablar de nombres, el periodismo al que yo he estado sujeto, queriendo o sin querer, es bastante limitado. Te puedo decir que nunca me ha tocado una entrevista puntual en la que se hable de música. Hay carreras de periodismo y no sé cuántos de los que me han entrevistado en mi vida podrían decir que verdaderamente son periodistas, que tengan la actitud clara de un comunicador real. Nunca me ha tocado alguien que se haya tomado la molestia de decir: –Bueno, ¿qué chingados ha hecho Alejandro Marcovich a lo largo de los años y en qué consisten sus arreglos? -.

Hace poco vi que tuviste una interacción bastante interesante con un chico español que se tomó la molestia de generar un video análisis de las armonías de -Afuera-. ¿Crees que tuviste ese acercamiento tan cálido y pasional porque estás muy hambriento de que la gente estudie tu música desde un punto de vista académico?

Te refieres a Shaun Track. No fue realmente una interacción, sino que a raíz de que él analizó en su canal de YouTube la canción ‘Afuera’, que viene en El Nervio del Volcán (1994), cuarto y último disco de Caifanes, mis seguidores me avisaron de esto para que yo viera ese video.

En algún momento él se enfoca en la guitarra, y hace algunos comentarios acerca de mi trabajo. Me dio mucho gusto, por un lado, pero por otro lado me quedó claro que no conoce casi nada de nuestra cultura musical (¡y eso que en gran parte es de herencia española!), y cometió algunos errores de apreciación. A raíz de unos breves comentarios públicos entre él y yo, algunos seguidores nos sugirieron que ambos nos recomendáramos canciones para que cada uno las analizara. Esto desencadenó en una dinámica, en la cual cada quién tenía que analizar cinco canciones que el otro le escogiera. Él ya hizo cuatro, y yo tres, así que aún no terminamos. 

Retomando tu segunda pregunta, si yo no hubiera estudiado todas esas cosas que te menciono, no hubiera podido tener ese discurso. No estoy diciendo que sea el más complejo del mundo, pero siento cierto paralelismo con personas como Jonny Greenwood de Radiohead. A mí, ese grupo me parece muy inteligente en el sentido en el cual pueden manipular conceptos más modernos sin enajenar al público, en una forma elegante.

Claro, la forma en cómo Jonny Greenwood integra armonías a la Stockhausen o arpegios con influencias de Steve Reich dentro de su música que a fin de cuentas está montada sobre baladas pop…

Es que Greenwood tiene una Maestría en Música Contemporánea y probablemente los fans de Radiohead no entienden que ese grupo no podría ser lo que es sin eso. ¿Cómo llegas a un grupo así si no estudias a ese nivel? Creo que es lo mismo que pasa conmigo, no soy el académico, no tengo un grado de maestría, pero te apuesto que cuando empecé a grabar con Caifanes ya sabía muchísimo más que cualquier músico de rock mexicano en cuanto a teoría musical. Estudié armonía en México, entre 1981 y 1983, con una maestra egresada de Berklee (escuela de música establecida en Boston, MA, USA), los conocimientos que me impartió en aquel entonces no estaban al alcance de cualquiera, como ahora gracias a YouTube.

Incluso sirve tener el acceso a las mismas piezas, ¿no? Ahora que estamos hablando de combinar música pop con las vanguardias de la academia del Siglo XX, estoy seguro de que Greenwood pudo haber hecho experimentos similares con tan solo escuchar ‘For The Victims Of Hiroshima’.

Claro y bueno, entonces ahí está el gran dilema. Cuando a mí me hablan y me preguntan cosas de guitarristas mexicanos, cuando me comparan con tal o cual persona, mejor me callo la boca. Me doy cuenta sin tener que decir nada de la gran incultura que hay en la audiencia. Cuando un chico sube un video tocando alguno de mis solos y comete errores bastante notables de notas que deberían ser cromáticas, o de plano ser otras notas, o las mismas pero con otro ritmo, cosas que vienen de problemas de entrenamiento auditivo, los comentarios de mis seguidores que dicen: –Woow, está igual que la original-, me dan un poco de tristeza porque habla de que probablemente faltan cien años para que el público de rock se eduque…

… y tú lo sientes más personal porque te das cuenta de que la gente no está apreciando tus canciones como deberían de ser apreciadas.

Ese es el punto. Cuando me comparan con guitarristas que son notoriamente menores en sus conocimientos, arreglos y discurso global, yo digo –estamos jodidos-. Porque entonces no sirven de nada los estudios, ni la sutileza de mis arreglos en donde elijo notas específicas para hacer contrapuntos rítmicos, melódicos con la voz, el bajo, la batería o el teclado, no sirve de nada que lo haya hecho con tanta cautela y con tanto conocimiento de causa. ¿De qué sirve si no lo van a notar?, jajaja. Eso es un poco frustrante.

Por eso sé que el periodismo no está preparado, el público no está preparado. No hay revistas, no hay un reconocimiento a los verdaderos guitarristas de México, tales como un Juan Carlos Laguna, por ejemplo, quien es concertista internacional, catedrático de la Facultad de Música de la UNAM, maestro y un tipo que me respeta como guitarrista. Ese tipo de gente sí me reconoce, al igual que Antonio Juan Marcos; un compositor y maestro mexicano que vive en Berkeley, California, que tiene alrededor de 15 años menos que yo y que en su juventud era fan de Caifanes y de Alejandro Marcovich. Él escribió una pieza para guitarra eléctrica solista y orquesta sinfónica para que yo la tocara, se llamó ‘Nocturno Eléctrico’ y la dirigió José Areán, quien fue bajista de Leviatán, mi primer grupo en la Ciudad de México. A mí me respetan y me reconocen músicos de jazz, músicos de academia, músicos de banda…

Claro, que la banda también es increíblemente compleja.

Claro. Y muchos de mis seguidores se burlan de cuando grabé unos arreglos y unos solos para la Banda Mach y la Banda Maguey en una canción que se llama ‘Vientos de Cambio’. Se burlan y desprecian a estos músicos, aunque el saxofonista que toca ahí es buenísimo, pero no entienden. Es súper frustrante el medio del rock.

El hecho de que esté regresando, tras un recorrido tan largo grabando rock, con un poquito más de calle y experiencia, a tomarme el atrevimiento a tocar en grupos de jazz, es generar diálogos de músico a músico que no hubiera podido hacer hace veinte años. Tuve que pasar por todo esto, pero desde la prepa ya andaba analizando las extensiones de los acordes en libros de jazz y pidiendo material, era un adolescente muy inquieto. Escuchaba a Pat Metheny y podía sacar tres melodías de él con mucho esfuerzo, pero lo hacía con mucho empeño porque también me interesaba sacar frases de Jimmy Page o de Jeff Beck.

Siempre tuve esta cosa de –soy músico y quiero ser buen músico-, y los vientos me llevaron a encajar en la industria del rock. Eso fue todo. No reniego de ello, qué afortunados fuimos los cinco de tener la plataforma de exposición y desarrollo que fue Caifanes. Poder grabar discos con buenos productores en situaciones de exigencia profesional te hace crecer y no cualquiera lo tiene. Fue un gran regalo del destino tener todo eso.

Ahora, después de todo ese trayecto, vuelvo y me invitan a interpretar partituras contemporáneas, me invitan a tocar con estos jazzistas, me invitan a tocar en festivales de guitarra. Son cosas de mucho prestigio, pero ahora no sé cuál será mi lugar. Sé que mi discurso es muy melódico y ha habido una reciprocidad muy padre con mi público de rock, pero es muy ingenua.

No estamos en el nivel de un reconocimiento en donde pueda haber un Grammy a los músicos que graban discos y tocan con artistas. No existen los medios, ni las revistas, ni el análisis, no hay nada. Esa parte da un poco de tristeza porque cuando dices –yo hice las cosas bien- no solamente quieres que te aplaudan, también quieres que te entiendan un poco.

No tienes que entender la técnica que usaron Juan Rulfo o Julio Cortázar para escribir ni saber por qué funcionan sus libros para disfrutarlos, pero sí hay gente que se ha dedicado a ello. Yo aspiro un poco a eso, nunca aspiré al dinero, las fans y las limosinas, realmente no. Yo aspiraba a hacer bien mi trabajo y en un momento me llegó al alma este proyecto de hacer una guitarra eléctrica que sonara a Latinoamérica, mi proyecto más trascendente.

Eso es muy interesante porque la intención de mi platica es sobre el sonido latinoamericano. Siento que la gran mayoría de los proyectos de rock mexicano se centran en sonar lo menos mexicanos, lo menos latinoamericanos posible, ¿dónde está la evolución de la música mexicana si no integramos elementos de la música tradicional del país a lo contemporáneo?

Claro, lo que se hace en Brasil. Ellos son los campeones porque en los sesentas y setentas crearon una revolución que no solamente fue social, si no política. Dijeron: – Esto somos nosotros, estas son nuestras raíces-, y entonces las desarrollaron.

Pero en México no se ha desarrollado ni el mariachi, ni la música veracruzana, vamos ¡¡el mariachi está estancadísimo!! Al igual que la música de banda que es una fórmula y ya, así como el norteño que dicen personas como Ramón Ayala: –Esto es norteño, si le agregas una trompeta ya no lo es-. Bueno, pero güey, hay que dejar que la música evolucione. Si te fijas, los géneros en México no han evolucionado. Los tríos tuvieron su auge, pero ahí se quedaron.

Yo siento que Caifanes, y especialmente Alejandro Marcovich como compositor, se centraron en combinar de forma profesional y muy orgánica al rock anglosajón con lo que son las raíces mexicanas tanto a nivel discursivo, en sus artes y letras; como a nivel musical, en sus sonoridades. Creo que esa es la verdadera importancia de la banda y la razón por la cual el proyecto es lo que es.

Nosotros, me refiero a Alfonso André, Saúl Hernández, y yo, tuvimos nuestro taller de composición previo a Caifanes en Las Insólitas Imágenes de Aurora, otra de las cosas en donde los mismos periodistas no contribuyen a forjar una historia verídica, porque ese grupo lo formé yo, no Saúl Hernández. Neciamente se le adjudica a él la formación del grupo, al igual que se dice que Caifanes es su continuación.

En otros países no se hace una revisión histórica tan pinche, las cosas se dicen cómo fueron y a nadie le molesta hacer historia. Te puedo dar anécdotas de horror en lo que a mí respecta, la más horrorosa fue cuando nos separamos en el año 95 y al terminar el año, cada quien estaba en su casa cargando con la incertidumbre de qué pasaría con el nombre de Caifanes y demás. Llegaron los Premios Eres que tenían que hacer mención al grupo por la exitosa gira de El Nervio del Volcán (1994), un disco que grabamos Alfonso, Saúl y yo. No me llegó ninguna invitación de parte de Eres o de la disquera.

Resultó que Caifanes estaba nominado para el premio y me puse a ver la tele. Para mi sorpresa, mencionan como ganador de la gira al grupo y para recoger el premio se subieron al escenario Saúl, Alfonso, Diego Herrera y Sabo Romo. Hay que tener huevos, pues no solamente no me invitaron a un premio que me tocaba, lo recibieron Sabo Romo y Diego Herrera por un disco que no grabaron y una gira en la que no estuvieron. Ahí te das cuenta de que vale madres, no le importa ni a los premios, ni a los periodistas, ni a la disquera, ni siquiera a los integrantes de la banda. Esa es una anécdota horrorosa, yo pienso, porque no tiene justificación ni ética.

Regresando al tema, en Las Insólitas Imágenes de Aurora había muchas cosas que tenían ascendencias rítmicas, melódicas y armónicas latinoamericanas. El que traía claramente ese impulso era yo, no tengo que tener una falsa humildad, integré el ritmo del calipso a una canción y el de cumbia en ‘Hasta Morir’. Muchas ideas que en su momento tuvieron que enfrentarse a Saúl, quien era en momentos reacio a los folclorismos o a las cosas más populares. Una respuesta específica de él a algo que yo estaba tocando fue: –Es que eso suena demasiado popular-. Yo le contesté: –Sí, pero ¿cuál es tu problema con lo popular, eres Robert Smith o quién eres? –. Lo popular puede ser el reggae jamaiquino en Londres en los setentas o lo popular allá es el rock and roll o incluso el blues, que fue inventado por negros campesinos, muchos de ellos esclavos, pero acá es Rigo Tovar y déjate de cuentos.

Todo esto tiene un devenir, pues soy el extranjero que llega a México y que se enamoró de la música popular mexicana. Ahora, no es lo único que se sumó a Caifanes, yo ya estaba haciendo experimentos de hibridación con el folclor en Leviatán, éramos un trío y ya estaba probando qué tanto puedo meter de esto en el guiso para que suene orgánico. Yo tenía 21 años y quería saber con qué empezar.

Al entrar a Caifanes, ellos ya habían grabado un álbum con ‘La Negra Tomasa’. Una canción que, como bien han dicho ellos, fue un accidente y realmente la tocaban de broma, pero para sorpresa a la gente le moló escuchar una cumbia. Yo ya se lo había dicho a Saúl Hernández un par de años antes: – Saúl, a la gente rockera se le van a quitar los complejos de escuchar una cumbia el día que un grupo de rock vestido de rock toque una canción del género. Porque lo que no les gusta no es la cumbia, es la gente que la toca-. Todos nos sabemos las canciones, pero ves a los instrumentistas chaparritos, gordos, mestizos, y no te identificas con ellos, pero sí con la música. Justamente eso fue lo que pasó, no es que yo sea visionario, pero me pareció muy claro en el año 84 que algo así podría pasar.

Ellos grabaron ‘La Negra Tomasa’ y fue un churro. Hay una canción que siento que tiene cierta influencia afrocaribeña en ‘Nunca Me Voy A Transformar En Ti’, pero el resto de ese disco de Caifanes (1988) no tiene nada, es rock entre gótico de The Cure y vete a saber qué. Cuando yo entré ya había otras cosas, pero lo único que tenía algo de este corte era ‘La Célula Que Explota’, a la cual le decían –La Ranchera- de cariño. Esto porque la disquera le pidió a Saúl otra ‘Negra Tomasa’ y yo le doy toda la razón a él, puesto que decidió separarse de la cumbia para hacer otra cosa que tuviera la misma conexión con el público. Hizo una ranchera y tenía razón, esa canción conectó otra vez por la misma cuestión que ‘La Negra Tomasa’.

Cuando entré a la banda, en agosto de 1989, las canciones de El Diablito (1990) estaban arregladas al 60% y mi manera de acoplarme fue escuchar lo que estaba sonando y encontrar la manera de poner una introducción o poner un contrapunto, como en ‘Sombras en Tiempos Perdidos’. También coloqué potentes riffs de guitarra, como en ‘De Noche Todos Los Gatos Son Pardos’, ‘El Elefante’ o más evidentemente en ‘El Negro Cósmico’, que tiene una línea medio metalera. Lo que dije es que tenía que meterle un poco de distorsión a la guitarra y solos memorables, como en ‘Detrás De Ti’ o ‘Los Dioses Ocultos’, que es lo que no había en la banda. Realmente ese fue el segundo disco de Caifanes.

El paso importante hacia esa latinización de la banda fue El Silencio (1992) porque realmente ‘La Negra Tomasa’ y ‘La Célula Que Explota’ fueron unos primeros experimentos y si analizas los discos, no creo que haya mucho más.

Estoy de acuerdo, la semana pasada escuché toda la discografía de corrido y los primeros álbumes tienen sus destellos en cuanto a latinidad, pero El Silencio y El Nervio del Volcán es su cumbre… sobre todo El Nervio del Volcán.

Claro, ahora si brincamos al Nervio del Volcán (1994), ¿por qué es tan descaradamente latinoamericano? La respuesta es sencilla, puesto que ya no tenía nadie con quién negociar jajaja.

En buen plan, no son cosas que tenga que ocultar ni para bien, ni para mal, son lo que fueron y me da gusto que hayan sido así. Cuando íbamos a empezar a grabar ese último álbum, me acerqué a Saúl y le dije: -Bueno, ahora que ya no están Sabo ni Diego, me gustaría que los nuevos integrantes fueran más discretos en su discurso porque quiero más espacio para mí, punto. No quiero estar discutiendo el contrapunto con Sabo Romo, que no cierra la boca un momento, quiero un bajista que haga base-.

Tal cual se lo dije, tal cual le pareció bien. También le pedí que ya no grabara guitarra, que me la dejara a mí. Lo aceptó de buena gana, no hubo un alegato fuerte al respecto (de hecho sólo grabó una guitarra rítmica en ‘El Año Del Dragón’). Después le molestó porque se dio cuenta de que yo había ganado demasiado terreno en lo musical.

Ese fue el momento oportuno en el cual logré germinar lo que buscaba desde 1981 de una manera tan clara y contundente como lo es El Nervio del Volcán (1994). Tras trece años de búsqueda personal en una amalgama tan poderosa, pero a la vez sutil, de rock, blues, jazz, y música latinoamericana.

En El Silencio (1992) no fue así por tanta negociación. Probablemente también tuvo que ver un poco el ambiente y el productor que no estaba muy alerta a lo que se estaba cocinando y que me frenó en muchas ocasiones. Finalmente, salieron muchos destellos muy interesantes, como en ‘Nubes’ o ‘Para Que No Digas Que No Pienso En Ti’, que tiene unos riffs de guitarra que son súper caribeños. Hay muchos elementos similares, podría hacer una lista, pero no es tan claro como en el Nervio del Volcán (1994) y no es que Caifanes estuviera buscando ese sonido, es que yo lo estaba buscando y afortunadamente encontré un lugar en donde explayarme en el discurso de la banda sin que hubiera fricciones.

En una banda de gente tan creativa es difícil mantenerse sin fricciones. Todo el tiempo tenías que estar escuchando a los demás, decías: –Tú ya hiciste esto, entonces yo ya tengo que frenarme un poco con esto-. Pero al final, en El Nervio se dio el despliegue de mi plumaje y fue bastante rápido porque el salto cualitativo de El Silencio (1992) a El Nervio del Volcán (1994) fue de solo dos años y no sé cómo pasó, pero vas juntando experiencia y te vas armando de valor, empiezas a entregar propuestas con mayor seguridad. Llegué al punto en el cual culminé mi búsqueda, esa idea tan primitiva que tuve a los 21 años de mezclar a Latinoamérica con el rock.

Este es mi relato, pero como bien dices tú, si hubiera sido una búsqueda colectiva algún disco de Sabo Romo o alguno de Saúl Hernández como solista o en Jaguares hubiera sonado latinoamericano. Y mira que Diego Herrera sí fue parte de proyectos con músicos latinoamericanos, estuvo en grupos de jazz, de salsa, tocó percusiones, saxofón, jarana, en grupos de música más mexicana. De la banda, de ellos cuatro, él es quien verdaderamente sabe de música mexicana, el resto no. De hecho, es sabido que ‘La Negra Tomasa’ era una guaracha cubana que Diego tocaba con su banda cuando conoció a Saúl Hernández.

La historia musical de Caifanes se tiene que desglosar de esta manera, señalando los intereses de cada uno. Esa mezcla afortunada de impulsos creativos que no es ni 100 por ciento mexicana, ni 100 por ciento dark, nos llevó a acuerdos pacíficos de que la banda tenía que sonar como sonó. Realmente nunca hubo grandes discusiones, creo que éramos suficientemente hábiles y maduros como para sacar provecho de lo que cada quien traía.

Ver la valía de lo que cada quien estaba haciendo…

Sí, creo que cuando escuchas a un compañero de grupo haciendo algo interesante, lo mejor que puedes decir es: –Ah caray, eso está interesante, mételo-. Sería muy tonto hacer lo contrario y bueno, mientras eso sucedía, La Maldita Vecindad tuvo un éxito nacional con un danzón. No es sorpresa, ¿verdad? Además, algo que casi nadie sabe es que El Circo (1991) vendió más que cualquier disco de Caifanes.

De hecho, según las estadísticas, El Circo es el álbum más popular y exitoso en la historia del rock mexicano.

Probablemente, hasta donde yo me quedé vendió alrededor de 700 mil copias en México y el sencillo de ‘La Negra Tomasa’ vendió 700 mil copias, pero de los discos de Caifanes el más exitoso fue El Nervio del Volcán (1994) con 600 mil, aun 25 años después, lleva seis discos de oro y tanto El Diablito (1990)  como El Silencio (1992) llevan cinco discos de oro, es decir 500 mil copias cada uno

Ahora que estamos hablando sobre tu búsqueda, me gustaría que profundizaras un poco respecto a la importancia que le veías a la búsqueda de integrar ondas latinas al rock…

Mira, yo entiendo que es una pasión, un amor y una búsqueda personal. En ese sentido, no se lo puedes imponer a nadie. Ni a tu generación, ni a otro músico, ni a nadie. Uno, como artista, tiene que ser fiel a su llamado. Aunque hay momentos históricos en donde hay movimientos, en donde hay grupos de personas que suman. Podríamos decir que en ese momento histórico se sumaron los esfuerzos de Café Tacvba, La Maldita Vecindad y Caifanes de una manera muy clara por incluir la música mexicana al rock. Mucho del éxito tuvo que ver con eso. Yo lo veo muy claro.

Yo creo que las nuevas generaciones no han logrado llegar a esos lugares de popularidad e influencia cultural debido a que no han explorado esta latinidad de la que hablamos…

No sé si tenga que haber esa exploración a la latinidad, pero te haré un comentario aprovechando que estamos hablando de esto. Por ahí del año 97 o 98 que empezaron a salir grupos como Resorte, Control Machete, aquellos de la Movida Regia, o incluso Molotov, que empezaron a hacer hip-hop o un rock influenciado por las bandas norteamericanas de nu-metal, hicieron que perdiera el interés. Para mí, el rock gringo de mediados o fines de los noventa dejó de interesarme.

Pasó lo que muchas veces pasa en México, en lugar de continuar con la búsqueda de la generación anterior mexicana, se fueron a continuar tardíamente la búsqueda de grupos que ya estaban consolidados en Estados Unidos, pero que llevaban una década haciendo lo mismo. Yo respeto a mis colegas, no te puedo decir que Resorte, Molotov o Control Machete fueran buenos o malos, yo creo que son buenos. Pero me dio mucha tristeza verlos montados en estos discursos. No por mí, si no por mi generación. Sentí que no logramos pasar una estafeta.

No es por ser nacionalista, no creo que tiene que ser –tal- porque si no es –música extranjera-. El punto es que volvimos al mismo punto de cuando llegué a México, cuando me encontré a grupitos que nadie conocía, pero que a fuerza querían cantar en inglés, entre comillas, para “internacionalizarse”.

En 1981 me encontré con chavos de mi edad tocando en grupos mexicanos, cantando en inglés, y yo con la ingenuidad de un bonaerense que lleva la carga de Charly García, de Spinetta, y de toda esta gente que en aquel entonces hacían correctamente un rock en español, me acercaba a preguntar: –Pero si no tienes éxito ni siquiera acá y además pronuncias mal el inglés y además la música que haces no le llega a los talones, ni en estilo ni en calidad instrumental, a la música que se hace allá. O sea, ¿qué es lo que quieres? -.

Efectivamente, digo los reyes de Medio Oriente piden grupos mexicanos de banda o de salsa para entretenerse, no piden rock mexicano. Los que andaban de gira por los años cincuenta, sesenta, por todo el mundo eran Los Panchos y los tríos mexicanos de esa generación, o los grupos de salsa, etc. O ahora Celso Piña (QEPD), Los Ángeles Azules y Lila Downs. Todos cantan en español. No hay que ser tan inteligente, solo hay que tener un mínimo de cordura.

Regresemos a los inicios de nuestra plática, estamos en el año 2020 y por todos lados hay grupitos cantando en inglés. ¿Qué quieren? No conocen ni la música de su pueblo, la desprecian, piensan que es rural de una forma despectiva.  ¿Y el blues no era rural?, pero si era música hecha por campesinos negros. ¿En serio te parece más fácil sentirte identificado con ellos que por tus compatriotas de Jalisco? Además, tocan mejor que tú. No entiendo nada jajaja.

A mí sí me decepcionó un poco la generación de finales de los años noventa porque sentí que no supieron capitalizar nuestro esfuerzo. Pero el mismo Café Tacvba traicionó su búsqueda, queriendo estar más vigentes y a la vanguardia.

Te voy a decir una cosa, yo tenía 17 años en la sala de mi casa, repitiendo neciamenteStairway To Heaven’ en el tocadiscos para ver si podía sacar el solo de guitarra. Quería husmear, viendo qué podía agarrar de esto o aquello, pero un día de regreso a la escuela me iluminé y me pregunté: – ¿Qué hago en el año 78 tratando de copiar un solo de Jimmy Page que grabó en el año 71 cuando a duras penas me sale? Le rasco y le rasco, para cuando me salga ya llegué años tarde y luego ¿cuál es la ganancia de hacerlo bien diez años tarde? Mejor hago algo que sea raro, simple, pero que sea mío-.

Ahí empezó todo y me vino de repente otro momento de iluminación cuando estaba ensayando con Leviatán. Fue un cubetazo de agua fría, me dije: – No voy a ser Andy Summers, ni Jeff Beck, soy Alejandro Marcovich y voy a buscar mis raíces-. Pero esa es una postura política que muchos no entienden, la política no se hace desde un escenario del Vive Latino, hablando cosas de Ayotzinapa; se hace política con discursos artísticos, poderosos, atrevidos y diferentes porque la cultura es política. Salir con una bandita igual a todas, mediocre, pero con consignas queda bien no es una postura política interesante. Yo prefiero romperme la cabeza con un discurso musical que nadie ha hecho y aquí me tienes. Estas son cosas que toman valor, pero también tiempo de búsqueda.

Tú como músico tienes que saber ir al teatro, saber leer libros, saber escuchar y apreciar música de todo tipo. Tienes que saber ver un paisaje y enamorarte de las luces. Entonces, para ser artista tienes que forjarte a través de un proyecto ambicioso. Yo llevo veinte años dando talleres y veo en general una actitud tan tibia, tan dudosa, a veces me dan ganas de darles un zape y decirles: –No medio toques, haz las cosas-.

Me gustaría profundizar en tus primeras vivencias en México…

Yo lo he dicho muchas veces con la mejor de las actitudes, pero probablemente Argentina y Uruguay son los países más simplones de Latinoamérica. No hay más que migrantes, las tribus y las etnias que había fueron exterminadas, de forma similar a como sucedió en Estados Unidos. Solamente en el norte de mi país de origen hay pequeños restos de algunas civilizaciones prehispánicas, pero que no llegaron a ser como las de Mesoamérica, ni hablemos de México. Así que, tomando en cuenta esto, el contraste para un adolescente de 15 años de llegar de Buenos Aires, que es como una gran Condesa, a México y empezar a vivir en México es un shock multisensorial. Bueno, recordemos que primero viví en Puebla tres años, y luego nos mudamos toda la familia al DF en 1979, donde radico desde entonces.

Fue hermoso, pero sí fue un shock porque en todos los sentidos hay impactos. La cultura, el lenguaje, el olor de los mercados, la comida, la idiosincrasia, el sentido del humor. En algún momento mi familia pudo haber regresado, cuando volvió la democracia a Argentina en 1984, pero nadie quiso, aunque ya habían pasado nueve años. Los cuatro hermanos y dos padres ya estábamos tan impregnados en la cultura mexicana que no tuvimos ningún interés en volver.

El punto de esto es que los primeros años fueron duros por la pérdida de amistades, del hogar, de todo mi mundo, lo que conocía, sintiéndome injertado en otro mundo tan complejo y demasiado diferente.

Respecto a tus proyectos futuros, ¿tienes algo planeado Alejandro Marcovich?

Yo sigo enamorado de la música y de la guitarra, por supuesto. Afortunadamente, no he perdido la pasión y no he perdido la conexión con mi fuente de creatividad. Eso es algo que independientemente de que te cuente qué es lo que voy a hacer, es importante decirlo porque como artista puedes llegar a un punto en el que ya no tienes ganas o no te emociona trabajar. Yo sigo igual de enamorado y apasionado de mi instrumento principal que es la guitarra y todas las actividades que he estado haciendo son para profundizar en ella.

En YouTube empecé a hacer análisis de canciones, fue muy buena la respuesta, me gustó mucho la dinámica. También me recomendaron una plataforma llamada Zoom para hacer talleres o clases grupales de guitarra. Entonces, como la educación es algo en lo cual llevo veinte años, eso me hizo aprender más acerca de esas plataformas y darle cierto tiempo de mi cuarentena.

Las colaboraciones pienso continuarlas. Pero lo más importante es la salida creativa de todas mis ideas, muchas instrumentales, muchas con letras, en cuestión de grabaciones. Es un tema al cual no he podido dar mucho seguimiento porque hace mucho que soy un artista independiente, algo que sumado a la dificultad del hoy en día de mover un producto, a veces se nos va el tiempo en varias otras cosas, y mi último disco solista salió hace cinco años: Alebrije (2015).

Lo más importante será un nuevo álbum solista y estoy analizando mis opciones porque tengo muchos intereses divergentes en cuanto a la música instrumental, la música de canciones y las colaboraciones con otros artistas. Una vez que resuelva eso me voy a meter al estudio. También tiene que ver con el ser prudente en relación al mercado que ya es tan diferente a lo que conocía.

Bajo esa dinámica, tengo interés en re-editar un EP que saqué hace muchos años que en su momento tuvo muy buena recepción llamado Nocturnal (2003), al cual le quiero agregar alguna canción inédita y quiero grabar material inédito también. Esos son los grandes rubros en los que estoy, al igual que tocar en vivo, que es una constante.

Este es un tiempo de reflexión y de atar cabos en tu alma, en tu carrera. De hacer recuento de vida. Esto es lo que he hecho, esto es lo que soy, esto es lo que quiere la gente de mí. Porque una vez que se para esta dinámica de estar saliendo, te da tiempo de pensar y reflexionar con respecto a lo que ha sido tu vida y cómo quieres que sea en adelante. Probablemente me toque pasar mi cumpleaños, el 3 de junio, en casa. Va para largo, pero estaré planeando cosas para el futuro.

Espero que en esta cuarentena llegues a la resolución del tipo de álbum que quieres entregar…

Lo estoy maquinando, sé lo que quieren escuchar y lo voy a ofrecer en algún momento de este año. Quiero que no sea un mensaje en una botella, si no que verdaderamente nos logremos ver las caras.

¿Ya tienes adelantos, maquetas en las cuales hayas estado trabajando?

Tengo un montón de cosas, tanto grabadas como en partituras, y además me he estado desviando del formato de canción más ortodoxa, de verso, coro, verso. Ahora estoy explorando un formato muy reducido, parecido al que presenté en Alebrije (2015), con un párrafo o medio párrafo de letra con música. Es lo que he estado experimentando, un formato que me pueda complacer, pues me cansó un poco el tratar de encontrar una canción coherente que diga algo que no se haya dicho ya millones de veces. Quiero jugar un poco con eso, el matrimonio entre música y letra. Darle la vuelta un poquito.