Reseña: Roma, la épica intimista es la obra maestra de Alfonso Cuarón

// Por: Staff

lun 3 septiembre, 2018

Por: Fernando Valencia

Memoria, del latín memoria:
Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado.

Ciudad de México, 1970. Un afilador camina por las calles de la Colonia Roma. A la distancia, una banda militar marcha a tambor batiente. La vida cosmopolita poco a poco se reincorpora en una urbe que, en realidad, nunca duerme.

En conjunto, el panorama citadino resulta sobrecogedor e impresionante. Pero al interior, en la intimidad de cuatro paredes, cada núcleo familiar vive sus propias historias. Así, en la calle de Tepeji #21, una empleada doméstica de origen mixteco observa el colapso de un matrimonio mientras lidia con sus dramas personales. Y ahí, en medio de todo, un pequeño Alfonso Cuarón observa en segundo plano, desde su inocencia infantil, situaciones tan brutales que solo podrá comprender cuando alcance su madurez.

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La maternidad como tema central

El cineasta mexicano vuelve a su país y en más de un sentido a su casa, ya consagrado, para escribir una carta de amor muy personal a las mujeres que forjaron su humanidad: su madre, su abuela y primordialmente su nana, desde el perfeccionismo que solamente un director de mediana edad, en el pico de su talento, puede lograr.

Roma (2018) recibe su nombre de la colonia, pero contiene un significado más intrincado. Cuarón entrega una cinta reminiscente al neorrealismo italiano, mezclando actores no profesionales con profesionales, en blanco y negro, con una dimensión política.

Personajes cuyas vidas enfrentan dificultades indistintas a su posición económica en un entorno hostil que reprime el pensamiento. El director no escatima al dar estos golpes, mostrando su propia versión de la creación, en los barrios marginales del Estado de México, de los grupos paramilitares que terminarían efectuando la Masacre del Jueves de Corpus.

La temática recurrente, como sucediera en Children of Men (2006) es la maternidad. Cuarón utiliza simbolismos y metáforas visuales para reforzar sus líneas argumentales. Así, en pleno halconazo, se toma un momento para recrear, por segunda vez en su carrera, La Pietà de Miguel Ángel en el caos. La sutileza de estos detalles es exquisita, y es probable que se escape en un primer visionado. Roma demanda ser revisitada para seccionar todas sus capas.

Profundamente sentimental y arrebatadora

Durante su primera mitad, asistimos a un estudio de personajes donde la trama comienza a construirse lentamente, con pedazos de los recuerdos de Cuarón. Filmada en orden cronológico, el elenco no podía ver el guion completo, una decisión atrevida que otorga sinceridad a las interpretaciones. Yalitza Aparicio brilla como Cleo, la nana, cuya vida está a punto de dar un giro dramático. Marina de Tavira, por su parte, representa visceralmente el shock del abandono.

Casi sin que el espectador lo note, al llegar a su último acto, Roma nos demuestra que todas las conversaciones, todas las escenas que en apariencia no tratan sobre demasiado, han materializado de manera experta un desenlace impactante, profundamente sentimental y arrebatador. Un terremoto, un incendio, una revolución, acontecimientos que pudieran parecer fortuitos, son en realidad insertados con ojo milimétrico para marcar los puntos de quiebre de los personajes, llevándolos a sus momentos más vulnerables.

Resalta en todo momento la espectacular técnica, casi voyerista, de los paneos en interiores. El movimiento continuo de la cámara va generando encuadres dentro del encuadre. Cada puerta y ventana se convierte en su propio marco, permitiendo espiar la vida de todos los personajes durante varios minutos. La película se compone en su mayoría por tomas largas, incluyendo un imponente plano secuencia en las playas de Tuxpan que hará las delicias de los aficionados al estilo del cineasta capitalino.

La obra maestra de Alfonso Cuarón

La fotografía en blanco y negro, en conjunción con el sonido Dolby Atmos, crean una experiencia verdaderamente inmersiva. Roma luce espectacular, y se escucha aún mejor. La ciudad nunca se detiene alrededor de nuestros personajes. Los ruidos y movimientos en las calles son representados de manera vívida. El soberbio trabajo de Cuarón y Galo Olivares en el manejo de la Arri Alexa 65, una de las tres cámaras digitales capaces de grabar en 65 mm, encuentra un resultado glorioso en la resolución 4K, entregando una escala de grises como ninguna otra que se haya contemplado.

Roma se corona, pues, como la obra maestra de Alfonso Cuarón. Una épica intimista que funciona al mismo tiempo como una memoria, un homenaje y una denuncia, enmarcada en una Ciudad de México ambientada en los años setenta, con créditos especiales al diseño de producción de Eugenio Caballero, ganador del Óscar por su trabajo en El Laberinto del Fauno (2006).

Un retrato sentimental, nostálgico y bellísimo que debe experimentarse por lo menos una vez en la gran pantalla y que, seguramente, dará mucho de qué hablar tras su estreno.